Completó una gesta al alcance de muy pocos. Dos semanas atrás, en Interlagos, arrancó último de la parrilla y finalizó en el podio, y con un McLaren, un coche para andar entre el séptimo y el 12º. Si en lugar del GP de Brasil de 2019, hubiera ocurrido en el 2002, el país entero se hubiera rendido a Carlos Sainz, se hubiera convertido en ídolo nacional. Pero la F-1 ya no se ve en abierto, nada de cuatro o cinco millones de espectadores de audiencia. No llega a 200.000 en Movistar, como en cada uno de los cinco años de Carlos en F-1. Pero ese quizá ha sido el menor escollo en su carrera.

Puede que alguien piense que lo ha tenido más fácil que nadie siendo hijo de quién es. Error. Los pilotos de media España se morían por medirse a Sainz jr en los campeonatos de kárting para ganarle o echarle de la pista. Así creció en el automovilismo el hijo del bicampeón de rallyes, a golpes entre muchachos que se creían con el derecho a jugarle sucio. Sus resultados internacionales llamaron la atención de Red Bull, que le incluyó en su programa de formación de pilotos. Y por poco que alguien sepa cómo se maneja el doctor Helmut Marko, sabe que tener un padre campeón del mundo es más un hándicap que otra cosa al elegir a un muchacho para la estructura Red Bull.

Y llegó a la F-1 tras brillar en GP3 y ganar las World Series. Y le oscureció la otra gran sombra, la del bicampeón del mundo de Fórmula 1, la de su mentor, amigo, confidente, el gran preso pesado del paddock junto a Hamilton y Vettel. Nada de lo que hiciera Sainz encontraría su justo reconocimiento al lado de Fernando Alonso.

CUESTIÓN DE FOCO / No fue fácil para Sainz que, para colmo, debutó en el 2014 en Toro Rosso junto a Max Verstappen, el chico tres años más joven que había obnubilado a Marko, a la estructura Red Bull y toda la prensa. «Si Max es el nuevo Senna, como dicen, quién soy yo entonces», decía Sainz dolido cuando le superaba en una clasificación o carrera.

Sainz aguantó el tipo frente a Max durante el primer año de convivencia. Al segundo se llevaron al holandés a Red Bull. Daniel Ricciardo abandonó despavorido los coches azules harto del trato de favor a Verstappen. Se fue a Renault, y en el movimiento, la marca francesa le cortó la cabeza a Sainz, que ha encontrado en McLaren el espacio que necesitaba, un equipo que le valora y que le escucha, con el que crece, y con el que es muy posible que incluso luche por el título en el 2021 si su mecánica evoluciona.

De momento, pone muy buena nota a su primer año, con «muchas ‘mini victorias’ en cuanto a ser el mejor del resto y también el primer podio». En Abu Dhabi luchará este fin de semana por acabar el Mundial sexto.