Ruth Beitia avisó de que venía llorada a su despedida de la alta competición. La campeona olímpica de salto de altura en Río 2016 mantuvo la sonrisa hasta que se derrumbó en el último intento. Su cincuenta por ciento, el entrenador Ramón Torralbo, lloró tranquilamente desde el principio del acto. Acaba de ser abuelo y está tierno.

Beitia quiso despedirse ayer en su ciudad, en el Museo del Deporte de Santander y en un acto sencillo, presidido por la alcaldesa de la ciudad, Gema Igual. La mejor atleta española y su técnico destacaron el hecho de haber podido desarrollar su carrera deportiva sin moverse de casa.

Ruth aguantó entera, voz firme y amplia sonrisa, hasta que comenzó a relatar con cierto suspense como se sentía en Río cada vez que caía el listón de sus rivales y ella iba subiendo a lo más alto del podio, 3ª, 2ª y 1ª, ¡campeona olímpica! A partir de ahí, no aguantó y repartió lágrimas y besos entre los asistentes, mayoritariamente medios de comunicación. Fue entonces cuando Ramón se recompuso y habló. Dijo algo que tiene que ver con su oficio de educador y que vale la pena reproducir. «Cada día valoro más aquella medalla de chocolate en Londres».

Torralbo se refería al cuarto puesto que Ruth Beitia alcanzó en la final olímpica del 2012, tras saltar dos metros, dos centímetros menos que su récord nacional. Su enorme decepción por no conseguir una medalla olímpica la llevó a abandonar el atletismo con 33 años.

DOLOR EN LAS ARTICULACIONES / Pero la medalla de chocolate amargo resultó ser el mejor revulsivo para que la atleta hiciera un alto en el camino, para que pudiera repensar todo, o casi todo, y volver a la alta competición liberada de presión, sin nada que perder y mucho por ganar todavía. «Disfrutaré del atletismo hasta que el cuerpo aguante», se dijo entonces la atleta, la menor de cinco hermanos de una familia de deportistas, que empezó corriendo campo a través. Aguantó hasta ayer, cuando la saltadora reveló que ya no podía conciliar el sueño por el dolor en su hombro.

Beitia, ya con 38 años, sufre una tendinosis en el hombro que le producía «constante migración de dolor por todas las articulaciones». En el Mundial de Londres de este año ya saltó tocada, «sabiendo que era una lotería», y quedó última, algo inusual en una carrera irrepetible, la mejor en trofeos de cualquier atleta español.

La saltadora ha tenido seis meses para asimilar su adiós definitivo. «Ya he atravesado el duelo y ya he llorado mucho, ahora toca seguir sonriendo a la vida como siempre he hecho», confesó ayer. Pese a las sonrisas prometidad, Ruth acabó llorando, abrazada a Torralbo, y reprochando a los periodistas que «consiguieran» hacerla llorar, como hizo sin consuelo el día más feliz, el del oro olímpico en Río 2016.