En 'Volver', la voz de Carlos Gardel hizo eterna la idea de que 20 años no es nada, pero para poner banda sonora hoy a la historia de Serena Williams es más apropiado recurrir a otro de los tangos del genio, 'Mi noche triste', ese que habla de sueños abrasadores y espejos empañados.

El sábado, cuando la tenista estadounidense saltó a la pista de Arthur Ashe en la que era su trigésimotercera final de un grande, décima en Nueva York, cuarta desde que volvió a las pistas después de dar a luz a su hija Olympia en el 2017 y casi perder la vida tras aquel parto, quedó reducido a cenizas el sueño de regresar a lo más alto, volver a conquistar un Grand Slam, hacerlo en el mismo sitio donde ganó el primero hace exactamente dos décadas y, con ello, igualar el récord de 24 de Margaret Court. Y solo quedaron rescoldos ante el fuego incontestable del 6-3 y 7-5 de Bianca Andreescu, una jugadora de solo 19 años (dos más de los que tenía Williams aquel 11 de septiembre de 1999 en que empezó todo ) y con una garra, talento, intensidad y determinación que bien podrían ser el reflejo de su propio pasado.

MEJOR YA NO ES SUFICIENTE

Nada pudo hacer Serena ante el empuje de la canadiense, salvo luchar en el segundo set para evitar un marcador aún más demoledor. Los 100 minutos fueron, y lo reconocía, su "peor partido en todo el torneo", una competición donde había dado las mayores muestras de forma y dominio desde su retorno a las pistas y donde solo había cedido un set en los seis partidos previos.

El sábado fue mejor que en su primera final tras ese regreso, el año pasado en Wimbledon, donde cayó derrotada frente a Angelique Kerber. Fue mejor, también, que en la anterior final en Nueva York, donde convirtió un partido que se le escapaba ante Naomi Osaka en un indignante y bochornoso espectáculo de antideportividad, arrogancia y divismo. Y sin duda fue mejor que en la última edición de Wimbledon, donde Simona Halep le barrió 6-2 y 6-2... Pero mejor que sí misma ya no es suficiente.

A Williams el sábado solo le quedaba el flagelo de haber mostrado un nivel de tenis "inexcusable" (con solo un 44% de primeros servicios y 33 errores no forzados) ante una jugadora que, reconoció, "merecía el título". Como "único consuelo", la conciencia de que "podía haber jugado mejor, podía haber hecho más, podía haber sido más Serena". Porque, según ella, hablando de sí misma en tercera persona, "Serena no apareció".

LA NUEVA SERENA

El problema de Williams es que, quizá, sí lo hizo. Pero ahora Serena es una mujer a punto de cumplir 38 años, con el cuerpo y la vida alterados no solo por la edad sino también por las exigencias físicas y mentales de la maternidad. Y aunque otras tres tenistas antes que ella (Court, Evonne Goolagong y Kim Clijsters) ganaron después de convertirse en madres, todas parieron antes de cumplir 30 años y ninguna volvió a lo más alto con más de 31.

Se enfrenta, además, a un campo minado de rivales más jóvenes (y jovencísimas) con tenis más que suficiente para dar el relevo. En su cuatro últimas finales de grandes, como ejemplo de los nuevos retos, no ha conseguido apuntarse ni un solo set. Y así como en sus 25 primeras luchas por un 'major' solo cayó cuatro veces, en las ocho últimas solo ha ganado dos, alzando un título por última vez en enero del 2017 en Australia.

Es inevitable que muchos ojos se estén volviendo ya hacia el legado, trascendental e innegable, que Williams lleva a sus espaldas, la inspiración que ha sido y es para decenas de jugadoras de todo el mundo y, en especial, para las negras en Estados Unidos. Muchos dudan sobre si logrará igualar, por no hablar de superar, la marca de Court, aunque en el mundo del tenis figuras como Billie Jean King ansían y hasta "rezan" para que Williams deje a la septuagenaria, una ultraconservadora religiosa con posiciones homófobas, sin el altavoz que le da el récord.

Williams, mientras, asegura "no estar necesariamente persiguiendo un récord". Y la meta, al menos según sus últimas declaraciones, es otra. "Sigo aquí, haciendo lo que puedo, intentando ganar Grand Slams (...) Y tengo que seguir intentándolo si voy a seguir siendo jugadora profesional, y tengo que seguir luchando para ello".

La imagen que le devuelve el espejo de partidos como la final del sábado, no obstante, le recuerda las dificultades, cada vez mayores. Y reconoce algo "súper frustrante": "Estoy tan, tan, tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos".