"Este chico va más rápido que la bola". Eso decía el entrenador de críquet cuando a Usain Bolt empezaba a asomarle el bigote. Toda una premonición. El críquet es el deporte nacional en Jamaica, pero más que un deporte es un juego, un entretenimiento para las clases más pudientes. Quizá por ello, el atletismo para Bolt parece un juego, que por cierto le ha convertido en multimillonario. El ha contado que su familia no era muy pudiente, pero al menos era estable: tiene madre y padre, que no es poco en un país en el que 80% de los niños no tiene un padre reconocido.

Y a pesar de que el joven Bolt fue captado para un deporte de los universalmente calificados como sacrificado, para él, el atletismo parece un juego. Y el juego continúa.

Ayer el divertimento empezó en la pista de calentamiento con una sesión de masaje y estiramientos que el fisioterapeuta del equipo jamaicano le practica una hora antes de cada prueba. Tumbado sobre una camilla, que Bolt desborda con su humanidad de 1,96 metros, parece que esta se va a derrumbar en cualquier momento por el peso y las carcajadas del campeón. El desfile de compañeros, técnicos o simplemente amistades no cesa.

Sin mirarles, porque está tumbado, a cada uno de ellos le suelta una broma, o les devuelve una risa si él es el receptor del chiste. El resto de atletas que en ese momento calientan no están para chirigotas y el ambiente, en general, parece un funeral. Bolt, en una esquina, calienta su diafragma a base de risotadas.

Risas antes de volar

Luego ejecuta un par de carreras en progresión sobre la pista y a continuación suena el altavoz que reclama a los ocho finalistas en la cámara de llamadas. Algunos atletas la llaman la cámara de torturas. Ahí se acumula la tensión, se cruzan miradas furtivas y se suda miedo al fracaso. Bolt se sienta en el suelo y estira las piernas, seguramente porque no cabe en la silla o ésta le resulta incómoda o estrecha. El juego, su juego, sigue y aprovecha la presencia de otro velocista jamaicano en la final, Steve Mullings, para charlar y bromear otro poco. Sin ningún pudor. Un par de carritos de golf transportan a los ocho finalistas hasta el estadio.

Por primera vez en estos Mundiales, el Estadio Olímpico de Berlín está lleno y fuera hay reventa. Pocos creían que Bolt volaría más rápido que en el Nido pequinés en los 100 metros. Ahora todos creen que rebajará los 19.30 de su récord de 200. No se equivocan y juegan, también, sobre seguro. Quieren ser testigos de la tremenda hazaña, ver al humano que es capaz de jugar con el dios Cronos sin perder la sonrisa.

Bolt sale a la pista con los otros siete finalistas y ofrece su habitual recital: se acaricia el rostro, muestra el nombre que luce su camiseta, le dice "yes, yes" a la cámara, una premonición de lo que va a pasar 19.19 segundos después del tiro de salida.

Está preparado y sobre todo concentrado para batirse así mismo. La tele solo tiene ojos para él. El show continúa tras su victoria y su nuevo récord. Comparte el gesto del arquero y una salida de tacos con la mascota, vuelve a mostrar la doble uve con sus dos manos y da la vuelta de honor, aparentemente no mucho más contento y feliz que un minuto antes. Le queda el relevo 4x100 con Jamaica y la opción de batir otro récord. Hoy cumple 23 años. Que no pare la fiesta.