En el vestuario madridista se repite una frase que se convierte en máxima: "Aún no hemos ganado nada"; pero la temporada del Madrid ha dado un giro en una semana de victorias en partidos que te acercan al éxito o te empujan al fracaso. El doble triunfo ante el Barcelona y la conquista de Old Trafford sitúan al equipo de José Mourinho en un nuevo panorama.

Transitaba el Madrid por un camino de inestabilidad, con nueve pinchazos ligueros --cinco derrotas y cuatro empates--, rebajando el poderío mostrado en Liga de Campeones en las dos temporadas de Mourinho superado en la fase de grupos por el Borussia Dortmund y dejando como un pasado más lejano del que realmente es, la Supercopa de España que arrebató al Barcelona en el primer título de la temporada.

Las derrotas traen malas noticias y generan inestabilidad pero nunca propiciaron la duda del presidente Florentino Pérez en una apuesta tan fuerte como Mourinho. Al entrenador portugués le entregó todo hace dos años y medio. En los momentos más bajos no se ha dudado de su modelo y cuando el Madrid se vio al filo del abismo respondió con carácter.

Disfrutó de su 111 cumpleaños el club madridista en un día de buena resaca europea que cierra una semana de gloria. De un plumazo se entierran las dudas y asoma el carácter.

AUTOESTIMA Fue clave recuperar la autoestima, volver a sentirse superior a su gran enemigo. Superar dos eliminatorias ante dos de los mejores equipos del mundo tras sendos empates a uno en la ida del Bernabéu muestran el nivel de un Madrid que pasa de escuchar la palabra fracaso a triplete, que alimenta el sueño de la Décima.

Pocas semanas en su historia tuvieron tanta trascendencia. Comenzó el martes 26 de febrero en la vuelta de semifinales de Copa del Rey en el Camp Nou.

En uno de sus partidos más completos de la temporada, el conjunto madridista reivindicó un estilo de juego. Demostró que tiene la fórmula para anular el virtuosismo del Barça y asestó golpes directos a su rival con una pegada demoledora. El 1-3 daba la segunda final copera en la era Mou y sobre todo llenaba de moral a la plantilla.

Los jugadores madridistas habían demostrado en terreno hostil que tienen condiciones para vencer en cualquier estadio del mundo. Y cuatro días después llegaba una incómoda cita liguera. Un clásico intrascendente para la clasificación liguera pero que podía rebajar la euforia o relanzar el optimismo si se ganaba con los suplentes.

Mourinho reservó a jugadores básicos de su proyecto y los jugadores menos habituales se mantuvieron en pie ante un Barça desfigurado con sus titulares. El arreón final con la salida al campo del líder, Cristiano Ronaldo, y el cabezazo de raza de Sergio Ramos (2-1) certificaron el segundo triunfo ante el eterno enemigo. El camino hacia Old Trafford no podía estar más allanado.

Así llego el Madrid a Manchester donde cerró su semana grande con un encuentro de vuelta de eliminatoria de octavos que tuvo la tensión de una final. Sin espacios para explotar su fútbol sufrió en el primer acto y desde la expulsión del portugués Nani y la entrada en escena del croata Modric remontó, se convirtió en el equipo que más veces ha conquistado el Teatro de los sueños y demostró la personalidad de un equipo grande a la hora de verdad.

Caer en octavos habría sido regresar a la etapa de pérdida de prestigio. A seis años en los que se colocó una barrera psicológica insuperable.

La llegada de Mourinho condujo al equipo a dos semifinales consecutivas. Al tercer intento el madridismo comienza a atisbar a lo lejos la Décima. Compara la situación en Liga como en años en los que conquistó la orejona y además tiene una final de Copa por disputar. Son las consecuencias de siete días de gloria. El Madrid entra en un nuevo escenario.