"A la conclusión del partido, Calderón se acercó con el resto del equipo al centro del campo para agradecer el apoyo de la afición durante toda la temporada. A pesar de la abultada derrota en casa ante Indiana, el público de Toronto quiso despedir con ovación a los jugadores de los Raptors". Sin duda, éste podría haber sido un buen comienzo para la crónica del último partido que los Raptors jugaron en casa, el pasado lunes 17 de abril. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: cuando sonó la bocina apenas quedaba un tercio de los espectadores, más pendientes de salir del pabellón que de aplaudir a los jugadores. Y éstos se dirigieron al vestuario, como si nada especial tuviera lugar.

Aunque no lo reconozca, estoy seguro de que estos detalles aún escapan a la mente de Calderón, del mismo modo que me siguen chocando a pesar de haber asistido a más de veinte partidos en esta temporada. Los canadienses tienen un peculiar --llamémoslo así-- sentido de lo que supone presenciar un partido de baloncesto.

Algunas atracciones en el Air Canada Center: música de Beyoncé al inicio y en los descansos; animadoras, bastante recatadas en comparación con lo que se ve en EEUU; una espectacular mascota que lo mismo imita a Elvis Presley que finge golpearse en sus partes nobles al caer sobre la valla; lanzamientos de camisetas al público; sorteos a través de mensajes desde el móvil; homenaje en la pantalla gigante al "héroe del día", que suele ser algún trabajador de organizaciones benéficas; y todo ello acompañado de hamburguesas, perritos calientes, palomitas, ensaladas (algunas) y, sobre todo, vasos de refresco de medio litro. Mientras, diez atléticos jóvenes se pelean en la cancha por encestar un balón en la canasta, normalmente con victoria del equipo que visita Toronto.

Nada comparado con el entendido público de Nueva York o con los bulliciosos aficionados de ciudades como Sacramento o Dallas. En Toronto no hay peñas de aficionados, ni grandes pancartas, y el único cántico es un "Let´s go, Raptors!" ("Vamos, Raptors").

Pero nada tan extraño como el escandaloso silencio que se cierne sobre el pabellón. He sido testigo de cómo dos aficionados serbios, situados en la grada superior, consiguieron arrancar un saludo de Pedja Stojakovic, quien los pudo oír gritar entre 18.000 personas. Sin embargo, Toronto es mucho más que unos millares de momias sentadas en el Air Canada Center. La ciudad, con una estructura urbanística norteamericana, conserva una habitabilidad casi europea. Calderón y su mujer salen a la calle tranquilamente y pasean por Dundas Square, una céntrica plaza rodeada de comercios. Incluso pueden ir andando al pabellón. Condiciones como ésta hacen de Toronto un lugar ideal para que el extremeño triunfe en la NBA, si las lesiones le respetan. Y también son perfectas para poder contar sus progresos en EL PERIODICO EXTREMADURA, como periodista español que soy y vecino además de Calderón. ¿O acaso hay alguien que pueda presumir de tomar café en su casa todas las semanas?

*Periodista