En la habitación 828 del inmenso hotel Pan Pacific de Sepang, una de las lamparitas de la mesita se mantuvo encendida durante toda la noche del sábado. Dani Pedrosa sospechó que, magullado como estaba, le sería muy complicado conciliar el sueño. Así que, tras tranquilizar a su madre, Basi, y a su padre, Toni, empezó a dar vueltas y más vueltas en su enorme cama hasta que, a primera hora de la mañana, bajó a desayunar junto a su protector, Alberto Puig.

Entre zumo y cortado, ambos pronosticaron que sería imposible correr. A Pedrosa no solo le supuraba la herida de la rodilla derecha, casi tan profunda como larga, que le hacía ver las estrellas cada vez que flexionaba la pierna, sino que la rotura del dedo gordo del pie izquierdo le provocaba casi tanto dolor como los cinco puntos de sutura.

Se trasladaron al circuito y empezaron a comentar la situación con su técnico Mike Leitner y los máximos responsables de Honda Racing Corporation (HRC). El consejo fue siempre el mismo. "Si no te ves con corazón, no salgas, lo entendemos". Todo el mundo entendía que en aquellas condiciones no podía correr. Pero Pedrosa decidió probar en el warm-up , el ensayo que se realiza antes de la carrera para comprobar que todo está bien.

Viendo que Pedrosa necesitaba la ayuda de sus mecánicos para bajarse de la moto al concluir la carrera y que, incluso, debió reposar de inmediato en una silla, Valentino Rossi introdujo un asiento en el podio y, cuando todos suponían que iba a tener el gesto de ofrecérselo a un malherido Pedrosa, lo utilizó de trono para coronarse.

"Ha sido un gesto feo e innecesario. No me ha gustado", dicen que le comentó Pedrosa a Puig por la noche en el aeropuerto de Kuala Lumpur. Puede que pronto tenga una respuesta adecuada.