Hace muchos años a un club de fútbol de cuyo nombre es difícil acordarse lo bautizaron como el equipo de los galácticos. Quizá no ganaron todos los títulos que querían, pero si hubiesen sido ciclistas se habrían sentido muy orgullosos de un conjunto que, como ellos viste de blanco, y que en este deporte de las dos ruedas sí son verdaderamente los galácticos.

El Sky es tan superior, tanto, al resto de corredores y escuadras que han disputado este Tour 2018, sentenciado ya por Geraint Thomas, que hasta se permite el lujo de cometer errores y entregar victorias, digamos por cortesía, al principal rival que solo ha tenido la pequeña osadía de toserlos algún día, nada, un catarro sin importancia, en alguna de las montañas que ya forman parte de la historia de esta edición. Tom Dumoulin hizo honor al título de campeón del mundo de contrarreloj y superó a Chris Froome por un segundo. Thomas levantó el pie en el último kilómetro creyendo que la victoria correspondía a su compañero Froome, todavía jefe de filas, y sobre todo amigo, porque el Tour, que no es perfecto, ni mucho menos, cometió el fallo, corregido casi de forma inmediata, de concederle la victoria en la contrarreloj vasca, en Espelette, la tierra del pimiento, al ciclista inglés. Y el galés, Thomas, quiso recomensarlo por fidelidad.

Hoy, Thomas llegará vestido de amarillo a los Campos Elíseos, para mayor satisfacción del artífice de un proyecto, el galáctico equipo Sky, que tiene el título de sir y se llama Dave Brailsford. El mánager general de la escuadra británica podrá presumir de haber ganado seis Tours en siete años con tres corredores diferentes: Brad Wiggins (2012), Chris Froome (2013,2015, 2016 y 2017) y Geraint Thomas (2018).

EL CAMPEÓN DEL FUTURO / Y, por esa razón, siempre con alguna suspicacia, porque si no el ciclismo dejaría de ser ciclismo, el Sky es una escuadra de galácticos, tanto que hasta tienen en sus filas al corredor que puede ser dominador de una época, llamado Egan Bernal, si no lo impiden, entre otros, un catalán y un mallorquín, Marc Soler (magnífico noveno puesto en la crono de Espelette, a 1.22 minutos de los galácticos), y Enric Mas, señalado por Alberto Contador como su sucesor en las montañas, y que quiere destacar en la próxima Vuelta (del 25 de agosto al 16 de septiembre).

Thomas, en la contrarreloj, el último en salir, por supuesto vestido de amarillo, fue el magnífico durante 32 de los 33 kilómetros de la prueba. G, como lo llaman en el equipo, parecía impulsado por la gasolina que se vende a precio de oro en las estaciones de servicio francesas este año. Froome, que había salido antes, buscaba reivindicarse, demostrar que era algo más que el rey emérito del Sky y que si no había podido ganar el quinto Tour no era porque estuviese acabado, si no cansado por la pelea en el Giro, precisamente con Dumoulin, segundo en Roma y también segundo en París.

Los dos astros del Sky marcaban los mejores tiempos, aunque Dumoulin se les acercaba peligrosamente. Solo 14 segundos los separaron en la meta con el resto de favoritos, encabezados por un Primoz Roglic, que estuvo por debajo de lo esperado y que nunca tuvo opciones de alcanzar el podio de París, a más de un minuto de los británicos y el holandés. Y sin olvidar a un Mikel Landa que estuvo absolutamente decepcionante, en lo que él catalogó, así de claro y rotundo, como «un día de mierda».

Y al final, un Thomas bondadoso no, lo siguiente, se recreó en el último kilómetro de la contrarreloj hasta el punto de llegar a la línea de meta levantando los brazos y festejando su anunciada victoria en París, en vez de esprintar para arañar unos segundos mágicos que le habrían hecho ganar la tercera etapa de este Tour. Poco después, aseguró que le habían ordenado en el equipo que bajase el ritmo y no arriesgase con la victoria final asegurada.