La cosa empieza en el mes de septiembre de 1997. Tras ser subcampeones de Liga nos preparábamos para jugar la Copa de la UEFA (por aquel entones no había premio gordo para el segundo, ni para el tercero, ni para el cuarto). El bombo, siempre generoso con los noveles, nos regaló una primera eliminatoria contra el Bayern de Múnich que por entonces entrenaba Giovanni Trappatoni. La previa del partido fue agitada, ya que Luis Aragonés había decidido no utilizar a Romário (¿se acuerdan de las imágenes del "Míreme a los ojitos"?).

El caso es que Luis se arriesgó, cambió la alineación y en una noche mágica en Mestalla, el Valencia le ganó, ganamos, 3-0 a un Bayern que jugó con cinco defensas, dos medios defensivos y Klinsmann y Rizzitelli en punta. Cuando todos celebrábamos el triunfo, en medio de la euforia, apareció el míster enfadado, indignado, echando pestes. Me acerqué a él con suavidad para no herir ninguna susceptibilidad y, bajito, le pregunté: "Míster, ¿por qué está enfadado si el resultado es de ensueño?". Mirada dura, gesto decepcionado y declaración contundente: "¿Se cree usted que se puede ser entrenador del Bayern y venir aquí a jugar con todos esos defensas? Fíjese que Trappatoni ha sido una referencia para mí, pero hoy se ha cagado. ¡Y a eso no hay derecho!".

Cuando pienso en el España-Italia de esta noche me viene la imagen de aquel Luis Aragonés enfadado porque su rival no había dado la talla, no su equipo sino el rival, porque se había asustado. Porque las victorias también se miden por la grandeza de los rivales, no solo la que lleva el nombre, sino la que lleva la actitud ante el juego. Creo que Luis aprendió mucho sobre todo esto el pasado Mundial de Alemania y aquel partido contra Francia le mostró muchas cosas que estoy seguro ha estado rumiando durante estos últimos días de concentración.

Actitud, deseo de ganar, ambición en el campo, es lo que enseñó el Valencia aquella lluviosa noche levantina. Respeto máximo al rival, a su historia, a sus nombres, pero actitud irreverente ante un contrario que era una puerta para la gloria si ganábamos. Y eso es lo que nos pidió Aragonés y eso es lo que les va a pedir, con seguridad, a sus jugadores esta noche. Respeto máximo al rival. No olviden que Luis es una de esas personas para las que los viejos códigos del fútbol son una ley máxima y los códigos imponen respeto a la historia, a la tradición, pero a partir de ahí un paso hacia la gloria. No hay estadística que juegue hoy, no hay codazo contra los sueños.

Aragonés se preocupa de los pequeños detalles, de convencer a su tropa, de encontrar un resquicio en el sistema italiano (ya les digo que algo habrá visto). Es lo que espero hoy de España: convencimiento, atrevimiento, fidelidad al estilo. No espero que ganen antes de que empiece el partido, ni que humillen a nadie, ni que venguen nada, que nada hay para vengar. Solo es un partido para ganar. Solo juego, fútbol y mística... para vencer.

Si quieren que les cuente el final de la historia del Bayern, les diré que en el partido de vuelta nos marcaron a los cinco minutos y, a los 10, Klinsmann ponía la pelota en el punto de penalti dispuesto a hacer el segundo. Nuestro portero adivinó la dirección del disparo y desvió el balón a córner y eliminamos a los alemanes. Como esta noche a los italianos.