Tenía 18 años y ya era el número tres del ranking absoluto español. Juan Bautista Pérez jugaba con España desde los 16. Apuntaba. Nadie dudaba sobre su futuro. Era todo un virtuoso del tenis de mesa llamado a alcanzar las más altas cotas competitivas.

Nacido en Cisterna (León), con sólo un año se trasladó con su familia a Vigo. Aquí se inició la leyenda de un deportista cuya mira está puesta ahora en las Paralimpiadas de Río de Janeiro. Y lo hará desde Extremadura, desde Almendralejo, "donde ya llevo más de la mitad de mi vida", cuantifica, y donde ha forjado una familia y alimentado un caso alucinante de superación. Tiene 44 años y una discapacidad que le afecta a sus piernas, especialmente a la izquierda.

Apasiona su existencia y su historia en sí, que daría, sin duda, para un libro. Apenas con la mayoría de edad y como figura del Círculo Mercantil de Vigo, fue seleccionado para el campeonato del mundo, que se celebraba en Nueva Delhi (La India). Año 1987. Allí contrajo una enfermedad extraña. Durante un partido, sintió que súbitamente le fallaban sus piernas, que le faltaban fuerzas. Tuvo que retirarse. Aparentemente, aquello había sido por una falta de vitaminas, "pero a los dos días ya no me podía ni mover", rememora.

"La federación tardó tres días en repatriarme y apenas tuve atención médica", cuenta. Se sintió muy débil, pero nada hacía presagiar la gravedad de su dolencia. Una vez en España, tras un mes de contínuos análisis, se le diagnosticó una 'polrradiculoneuritis aguda', también denominada 'síndrome de Landry Guilláin Barré', una enfermedad degenerativa que bloqueaba los nervios periféricos y, por ende, las conexiones musculares.

La mejor clínica en este tipo de lesiones físicas, la Guttmann de Barcelona, le acogió durante seis largos y casi agónicos meses. Hubo mucha polémica de por medio por muy variopintas razones. Hasta el gurú del periodismo radiofónico de la época, el mismísimo José María García le dedicó varios programas denuncia. Y es que nadie se hacía cargo de la factura, "aquello era ping pong, no es como ahora", pero tras una dura lucha el Consejo Superior de Deportes pagó los aproximadamente 4 millones de pesetas de la época que costó su primera rehabilitación.

Por la mente de Juan Bautista desfilaron todo tipo de temores, incluida una invalidez absoluta y, por supuesto, un adiós definitivo al deporte que le había visto ganarlo todo, "pero yo vi lo que había allí, con gente hecha polvo por accidentes y esas cosas y me dije a mí mismo que yo me tenía que recuperar".

"Me dieron el alta y me fui a Vigo, donde hacía un montón de horas diarias (siete) en un gimnasio". A los dos años volvió a competir, "pero ya evidentemente no era lo mismo, había perdido mucho", relata. Entre otras cosas, muchos kilos de masa muscular.

A ALMENDRALEJO Cojo y, lógicamente, falto de fuerzas, su mente fue aún más fuerte. Volvió a competir, sí señor, firmando por El Obrero Extremeño de Almendralejo. Juan Bautista seguía siendo una estrella del tenis de mesa nacional, pese a todo. Tuvo que cambiar su manera de jugar: "ya no podía dar saltos, me tuve que acercar más a la mesa para poder jugar más o menos bien y moverme lo menos posible", dice en su estremecedor relato a este diario.

En la capital de Tierra de Barros triunfó a lo grande. En un mítico equipo en el que también estaba el serbio 'Vova' Marinkievich, hizo historia, siendo subcampeón nacional de Copa y logrando un fantástico tercer puesto en la máxima división de este deporte.

Pero no solamente sobresalió como jugador de El Obrero (donde por cierto, entonces cobraba una ficha de más de dos millones y medio de pesetas). Se hizo un almendralejense más. Se casó con Antonia Pérez Ortiz, tuvo cuatro hijos y es muy feliz. "Si aquello no hubiera pasado, no hubiera conocido a mi mujer ni hubiera tenido estos hijos", dice con emotividad. Ahora inicia una etapa complicada, pero en su mente no cabe, por supuesto, la rendición. Juan Bautista, un ejemplo sobre la mesa.