Se estampó de bruces y acabó en el dentista. No tuvo que pasar por hospital alguno pero sí buscar a un odontólogo de guardia en Chateauroux para que le reparara el empaste. "Parece que haya peleado con un león". ¿Susto Pues sí, por qué negarlo. Alejandro Valverde se dio ayer el gran tortazo del Tour a 55 kilómetros por hora. Saltó por los aires. Picó con la clavícula que hace dos años se fracturó en el paso de la ronda francesa por Holanda y, aparte de un susto y perder un empaste, terminó, como dicen los ciclistas, con un repaso de chapa y pintura.

No acaba de cogerle el truquillo al Tour. Hay corredores que nacen, que se enamoran, como es el caso de Contador, y que se sienten amos y señores del Tour. Otros, en cambio, parece que siempre, siempre, encuentran una especie de mal fario que los persigue en esta prueba. Y, maldita sea, da la impresión que Valverde se incluye en esta segunda lista. Pero, como nunca hay que dejar de ser optimista, mejor mirar el lado positivo. El martes, sin tener el mejor de sus días en una contrarreloj, solo se dejó un minuto por el camino. Hace un año, en idénticas condiciones, aunque con un trazado mucho más largo, perdió casi siete minutos y las opciones de ganar la prueba. Ayer, solo se dio ese repaso de chapa y pintura cuando hace dos años, en una etapa similar con una caída menos aparatosa, terminó en el hospital.

LOS REFLECTANTES Si los ciclistas tenían muchos enemigos en la carretera desde hace unos años han incorporado uno de nuevo, casi invisible, pero que provoca muchas caídas. Son los pequeños reflectantes que sobresalen junto a las líneas blancas y que al conductor le ayudan a no salirse de la vía. Sin embargo, cuando la rueda delantera de la bici rebota ante el contacto con el reflectante hay que agarrar el manillar bien fuerte. De lo contrario, sucede lo que le ocurrió a Valverde. "Se le escaparon las manos del manillar y salió literalmente volando", explicó Arrieta, testigo del accidente.

Valverde voló por los aires y rodó por los suelos. Todo el costado derecho magullado y, mejor expresión que la suya, tal cual se hubiera peleado con un león en un circo romano.

Ocurrió el accidente a las puertas del primer contacto con la montaña, primera llegada en alto, ya, sin hacerse de rogar, en el Macizo Central, en la estación de Super-Besse, muy cerca de Clermont-Ferrand.

Pasó antes, mucho antes, de que los equipos con velocistas se pusieran a tirar por encima de los 55 por hora que tumbaron a Valverde. Y, sobre todo, sin que el murciano, refugiado a cola de pelotón, con el corazón acelerado por el recuerdo del trompazo, se enterase de cómo se luchaba en el esprint. El alemán Cavendish superó a Freire. Una lástima. Etapa imperfecta. Y todo esto sucedió en el quinto día sin Alberto Contador.