No es que la pandemia le dé igual al atleta africano Tijan Keita (Serekunda, Gambia, 9-3-1996) ni minimice sus efectos. Pero es un tipo acostumbrado a las dificultades, a sufrir, a levantarse del suelo cuando la vida le ha maltratado. Estos días maldice el coronavirus porque le tiene encerrado, como a todo Villafranca de los Barros, y no puede hacer sus entrenamientos diarios: de tres o cuatro horas en el ‘Poli’ de la localidad. La mejor temporada de su vida, tres años después de llegar a España huyendo de su país, tendrá que esperar para reanudarse.

«Estoy entrenando en casa, como todos, todos los días. Estoy encerrado solo y no puedo salir», cuenta. En su voz, pese a ello, se transmite paciencia. «Estoy tranquilo. No hay que darle muchas vueltas a la cabeza porque si no te puede afectar para las cosas que sí puedes hacer. La gente tiene que estar calmada y dejar que las cosas vayan como tienen que ir. Esto pasará», añade. En lo que él piensa es en sus series de 100 y 200 metros, sus distancias predilectas. «Hay algo que falta en mi vida», reconoce abiertamente.

Años atrás faltaban muchas más cosas. Sus 24 años han estado salpicados de problemas, a los que dice «estar acostumbrado». «He pasado por cosas duras en la vida. Esto es casi normal. Desde que nací en mi país, en una familia que no tenía nada, he tenido que luchar», apunta. Tan poco había en casa que tuvo que dejar el colegio con 13 años, pero por primera vez el atletismo vino a salvarle: «Corrí una carrera para chicos y, como quedé segundo, conseguí una beca y pude seguir estudiando».

Sus cualidades para la velocidad eran indiscutibles: un tren inferior potentísimo y buena técnica, ideal para distancias explosivas. Pronto se convirtió en una gran promesa y entró en la selección de Gambia. «Estuve compitiendo en al menos 20 países y batí el récord de África juvenil de 400 metros lisos», comenta. Un momento inolvidable fue acudir a los Mundiales junior de Donetsk (Ucrania), en 2013

LLEGADA A VILLAFRANCA / Lleva ya un año en Villafranca, donde se siente feliz al máximo: «Parece que soy español, que he nacido aquí. La única diferencia es que no tengo pasaporte. En cualquier casa, llamo a la puerta, pido lo que necesito y la gente me lo da. Es algo que me pone muy contento. Tengo muchos amigos».

Pero para llegar a este momento ha habido muchas penalidades de por medio. Tuvo que salir huyendo de Gambia, un país de 1,8 millones de habitantes al oeste de África. Se vio afectado de lleno por su caótica situación interna, pero no es algo de lo que le guste hablar. Eligió España, donde no conocía a nadie. «Estuve 15 días encerrado en el aeropuerto de Madrid-Barajas porque no me dejaban entrar», apunta. La cuarentena por el coronavirus la tenía bien ensayada.

La historia empezó a remontar con la ayuda de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR), una onegé que le proporcionó lo básico. Más tarde, un encuentro con el atleta paralímpico David Madroñero en el metro de Madrid fue clave para reiniciar los entrenamientos y finalmente llegar al Capex, el club de Villafranca, que tiene una amplia actividad en todas las categorías.

«Se me acababa la ayuda y tenía que salir de la habitación en la que vivía. Me ofrecieron venir aquí a a una casa antigua, la del padre de presidente Jesús Nieto, en la que no vivía nadie. Y acepté encantado. Me valía cualquier sitio», relata.

Su obsesión, por encima de tener algo para comer, era no dormir a la interperie. Con dificultades reconoce que «una vez» tuvo que pasar la noche en la calle, un momento «muy duro».

En Extremadura está brillando en las pistas, ya con José Ángel Rama como entrenador «Al principio tenía dudas porque no le conocía. He mejorado desde que estoy con él, batiendo mi marca personal. Es la persona que yo necesitaba», señala Keita.

LA DOCUMENTACIÓN / Al ser extranjero, su participación en los Campeonatos de España en los que participa con el Capex tiene que ser fuera de concurso. Recientemente firmó buenos registros en las semifinales del de pista cubierta, sobre todo en 200 metros, donde se hubiese clasificado para la final de tener la nacionalidad. «Estamos luchando por ello. Tenemos esperanza», sostiene.

A la espera de que todo se vaya resolviendo a nivel burocrático, está bien asentado en Tierra de Barros. «La gente es muy maja conmigo. Otros africanos que conozco están sufriendo casos de racismo en otros países. Aquí solo me ha pasado una vez», dice.

Convive con sus sueños día a día: «Vivir como cualquiera, tener un trabajo, hacer atletismo, tener una familia. Es mi objetivo. También ser un ejemplo. Me encantaría ir a los Mundiales, a los Juegos Olímpicos. Estoy trabajando duro para lograrlo».

Todo esto lo expresa perfectamente español. Es algo que se le da muy bien. «Hablo tres idiomas y seis dialectos. Total, nueve», asegura. Los niños le encantan. «Les doy clases de inglés, siempre están a mi alrededor y me río mucho con ellos. Tengo tres hermanos pequeños y me acuerdo de ellos cuando estoy con los chicos de aquí», asegura.

Acaba la charla. Tiene que volver a hacer sus ejercicios en su casa de Villafranca, como un guepardo enjaulado que se muere por regresar a su hábitat natural: las pistas de atletismo.