Escribo estas líneas desde mi aislamiento y casi mi locura. Un fin de semana sin fútbol, sin el opio del pueblo, sin el calmante a nuestros dolores internos. El fin del mundo cada día está más cerca, llevamos años jugando una prórroga eterna, pero ahora el rival se ha adelantado con un tanto inesperado, el Covid-19. Y, claro, nos entran los nervios de equipo que va por detrás en el marcador y que debe remontar para alzar la copa.

Y cuando digo que estábamos en la prórroga es porque ya nos empataron con el cambio climático, con la violencia de género y con otros asuntos que hacen que la fe en la sociedad la tenga olvidada, que no perdida. Esta crisis sanitaria requiere de un esfuerzo colectivo mayúsculo, pero a ti y a mí nos toca ayudar desde el banquillo. Sí, has oído bien, no somos titulares en esta final.

Ahora entiendo lo que deben sentir los jugadores cuando el míster les ordena irse al banquillo. El futbolista y el ser humano son egoístas por naturaleza, pero a veces también se puede sumar desde la banda. Y en esta pandemia mundial así lo ha querido el entrenador. El colectivo está por encima de todo. Pero claro, en tu orgullo de ciudadano ejemplar, tú quieres ser el héroe.

¿Y es útil la ayuda desde el banquillo? Preguntadle a Iker Casillas gracias a quién detuvo el penalti a Cardoso en los cuartos de final del Mundial de Sudáfrica 2010. Sí, el mismo que acabamos ganando. Pepe Reina, el eterno suplente, puso también su granito de arena para que ahora la zamarra de la Selección Española de fútbol luzca con orgullo su primera estrella.

Y si queremos disfrutar lo antes posible de la magia de Teto en el Príncipe Felipe, o de la entrega de Willy Ledesma ahora en el Córdoba o volver a ver los milagros de Sebas Gil, tocará aceptar nuestro rol y quedarnos en casa. Así y solo así, el balón y el mundo volverán a echar a rodar. Toca apretar al árbitro, animar al compañero y saber que somos un equipo.

No obstante, y por si llega el fin del fútbol, es de bien nacidos ser agradecidos. Y puestos a quedarme con buen sabor de boca, más que con algún título de la Selección Española, Champions conquistada por Barcelona o Madrid o algún gol de Messi, quédense con esos pequeños triunfos de los equipos de sus pueblos o ciudades. Con aquel ascenso del Extremadura, del Mérida o Badajoz.

Personalmente, me quedo con las tardes de invierno en el Municipal de Calamonte, con la cal sobre el albero y con el sempiterno capitán blanco, Diego. Su entrega, su lucha, sus internadas por la banda, sus goles de cabeza y su subordinación a un colectivo. Con nostalgia tocará recordar goles celebrados y con responsabilidad colectiva volveremos a disfrutar de la vitamina del fútbol. Desde el banquillo también se ganan partidos, recuerden. Toca remontar.