El mundo se detuvo, la copa flotaba y, entonces, unas manos negras, unas manos llenas de vida, la recogieron, y la levantaron con fuerza, en una de esas escenas que quedan para siempre en la memoria y que se recordará con la gallina de piel que anoche recorrió Wembley. Nada más simbólico para retratar la grandeza de este equipo como ese último gesto de Eric Abidal alzando la orejuda, el símbolo de la grandeza de un equipo que juega como vive, y que anoche conquistó mucho más de que una Champions.

En el viejo Wembley empezó a morir el viejo Barça, el de toda la vida, el de Berna, el de Sevilla, y empezó a nacer el Barça que, en el nuevo Wembley, se consagró ante el Manchester United (3-1) como el gran equipo del siglo, una leyenda que perdurará para siempre. Cuatro Copas de Europa, como el grande que debía ser y no era, cuatro, tan fácil de decir y tan inverosímil antes de que Koeman rompiera la barrera sobre la que el Barça de Guardiola ha construido un imperio.

UN BAILE PRECIOSO Anoche, el mundo contempló una de las obras más bellas jamás vistas, cercana a la perfección, un cuadro en movimiento, arte, sí, teatro del bueno, dedicado a quienes no les queda más que agachar la cabeza y seguir rumiando maldades. Anoche, el Manchester se puso de rodillas y asumió la sentencia sin un mal gesto, con la dignidad que otros no tienen, como un campeón que acepta la derrota con una honrosa resignación.

El Manchester sucumbió a un hermoso baile, paciente, elegante, sublime, acompañado siempre por la música de miles de culés que sentían que no iban a fallarles. Se lo prometieron, les dieron su palabra, les debían una, dijeron, y ahí la tienen.

Chicharito empezó el partido arrodillado, rezando, un gesto que tuvo un aire simbólico, como si se pidiera ayuda al cielo frente al endiablado enemigo que le esperaba. En los primeros instantes, alguien escuchó sus oraciones y envió al Manchester la misma fuerza que en Roma, un inicio parecido aunque sin la agitación que entonces provocó Ronaldo. Hasta que se desbloqueó algún mecanismo y el Barça se puso a jugar, tranquilo, tocando, tocando, a un lado y a otro, en un rondo incontenible, tal que fueran los Globetrotters, tan fácil, tan simple y tan complicado, con Xavi Hernández, Iniesta y Messi dibujando ese triángulo de las Bermudas que engulle todo a su paso.

Pedro apareció preciso a su cita, y después del accidental gol de Rooney, en un fuera de juego llegaron Messi y Villa. Ferguson, Sir Alex, se quedó con la cara de asombro. Messi, menos que nadie. Su gol, como tantos otros, le llevó, una vez más, a la gloria.