No es necesario apostar por etapas interminables de agotador kilometraje y puertos, uno tras otro, que no conducen a nada. El espectáculo hay que concentrarlo al final, porque las escapadas alocadas ya son parte de la historia. Por eso, el Tour 2014, que se presentó ayer en París, apuesta por etapas que pueden ser de leyenda (llegadas al Pla d'AAdet o Hautacam, en los Pirineos) sin destrozar a nadie (125 kilómetros, la primera y 145, la segunda).

Ayer, en París, solo era necesario descubrir precisamente los ingredientes del menú. Las etapas se presentaban con metas en Inglaterra, el norte de Francia siguiendo los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, el temible pavés de la París-Roubaix, los Vosgos, primero los Alpes y luego los Pirineos, y una sola contrarreloj, en Bergerac, a un día de París (54 kilómetros,en honor a la victoria de Miguel Induráin, en 1994). Pero era necesario adivinar los condimentos, los kilometrajes y alguna sorpresa que ya se intuía desde el inicio de semana: la etapa 17, que parte de Saint Gaudens, penetra 16 kilómetros por el Val d'Aran, para afrontar el Portillon, camino del Pla d'Adet.

Prueba de esta humanización se observa también en la quinta etapa, una jornada con seis sectores de pavés, entre ellos 1.100 metros del temible e histórico Carrefour de l'Arbre, uno de los tesoros del Infierno del Norte. Hay adoquines, odiados por Chris Froome, Alberto Contador y Nairo Quintana, entre otros; pero aparecen en otra jornada de corto kilometraje: tan solo 156. Atención especial merece, sin embargo, esta etapa, que puede ser tan decisiva y trascendental como las citas previstas en la alta montaña.

Oficialmente serán cinco los finales en alto. Aparte de los dos ya apuntados en los Pirineos, también se escalarán la Planche de les Belles Filles (Vosgos) y La Chamrousse y Risoul, en los Alpes. Emoción y un bello trazado donde se evidencia que las contrarrelojes ya pasan de moda. H