El show de Peter Sagan es particular y va mucho más allá de su tremenda potencia en llegadas como la vivida ayer en Berna, la capital suiza, con calles empedradas y empinadas, de las que frenan a oponentes más vivos en el llano como Mark Cavendish. Sagan es puro espectáculo y necesariamente un ciclista que no puede compartir equipo con nadie más. El debe reinar como único monarca y alegrar carreras como el Tour en días en los que solo cuenta su picardía.

La llegada de Berna, a las afueras de la ciudad, por allí donde sí pueden circular los coches que tienen prohibido el acceso al centro histórico, parecía más bien la meta de Bratislava, o mejor aún, de Zilina, la ciudad enclavada a 200 kiómetros de la capital de Eslovaquia donde nació Sagan hace 26 años. Los gritos y los cánticos, acompañados de banderas y colorido, eran de los seguidores de un ciclista al que de más joven le pusieron el apodo de Tourminator y que ya lleva tres victorias de etapa en esta edición.

Sagan es puro espectáculo, sí señor, celebra las victorias con sus hinchas, pasea a su novia por la zona acotada de la meta y se sabe vender. Y hasta parece estar más entusiasmado con él Oleg Tinkov, el propietario de su equipo, que con quien de hecho, y al menos hasta el 31 de diciembre cuando parta hacia el Trek estadounidense, es su gran jefe de filas, Alberto Contador, quien ya prepara con la lesión olvidada y la montura en la bicicleta, su asalto a la Vuelta.

El Tour, que hoy vive su segunda jornada de descanso, avanza rápido hacia los Alpes con el deseo de que se anime, que Nairo Quintana sienta la llamada del ataque para que la carrera no se quede en la particular granja de Froome, parecida a aquella en la que nació en Kenia al pie de las colinas de Ngong. Cinco jornada para que pase algo, lo que sea, o para que todo se quede tal y como está.