Nadie le había visto tan serio en un circuito, con gesto tan triste, ni siquiera en el convulso 2007, ni cuando coleccionaba sanciones a pares. Lewis Hamilton no estaba cabreado, más bien ausente. "¿Estás bien, de verdad?", le llegó a preguntar Bob Kostandurus, el entrevistador oficial de la F-1. Nadie diría que acababa de lograr la pole tras un año y cuatro meses sin hacerlo y que había roto por fin el monopolio de Red Bull. Hamilton no está bien y su equipo está preocupado. "Esta pole le ayudará", dijo su jefe, Martin Whitmarsh.

Hamilton no contestó por radio a la felicitación de su ingeniero de pista, ni una palabra, y mucho menos el grito con el que cada piloto suele responder al "¡bien hecho, buen trabajo!" que suelen transmitir desde el muro en cada equipo. Nada. Sin cambiar su gesto de funeral, acertó a enlazar una frase que nada tenía que ver con el rictus de su cara: "Estoy feliz, feliz por el equipo que ha hecho un gran trabajo en las últimas carreras para mejorar el coche. Esta pole redondea la victoria de Jenson Button en Japón". Lo dijo mirando a la nada, sin sentir una sola palabra. "¿Tiene que ver tu tristeza con las críticas que has recibido últimamente?", le preguntaron. "No, simplemente que el día importante es el de la carrera y... las últimas carreras han sido difíciles para mí", añadió.

Ni una mención hizo Hamilton a que merecía esta pole desde hacía dos carreras, porque un problema con la bomba de gasolina del box le fastidió en Singapur y, en Suzuka, el equipo le sacó tarde a la pista. Hamilton sabe que, en carrera, lo pasará mal en un circuito que destroza los neumáticos. Button, que arranca tercero (Alonso lo hace sexto), se ha adaptado mejor a los Pirelli.