Estuvo cerca de ser el 11 del 11 del 2011. Pero no importa, este 6 del 11 del 2011 también será un día histórico. Y, muy especialmente, para el motociclismo. Nadie sabe cómo se vivió la fiesta de despedida, de recuerdo, de homenaje, de cariño, de abrazo del oso a Marco Simoncelli desde Coriano, la aldea donde habita la familia de Sic . Todos sospechan que papá Paolo, mamá Rosella, su hermana Martina y su novia Kate disfrutaron entre lágrimas, abrazados, mirando de reojo esa ánfora de porcelana que guarda sus cenizas, la ruidosa fiesta que el valiente Paolo sugirió como despedida a su chico.

Visto lo que ocurrió ayer en Valencia, donde hasta el cielo se dignó a respetar, sin aguar la fiesta, tan sentido homenaje, todo el mundo coincidirá en que las palabras de su amigo Michele Pirro, ganador del gran premio de Moto2 con su Moriwaki decorada con los rizos de su amigo Sic, fueron rotundamente ciertas: "En la parrilla he hablado con Marco y le he pedido que me echara una mano. 'Vamos, 'Sic', déjame ganar por ti, con tu moto". Ahora puedo decirlo: Marco ha pilotado conmigo y lo ha hecho de maravilla". Fue, sin duda, todo un "va por ti, Simoncelli".

LAGRIMAS EN EL MURO Porque esa victoria, más que la prodigiosa carrera de ese pillo llamado a ser enorme, conocido como Maverick Viñales, o el triunfo a la desesperada, a lo loco, a lo Simoncelli, de Casey Stoner en la última vuelta de MotoGP, a la salida de la última curva, sobre la línea de meta ante Ben Spies, fue lo que definió una despedida en la que el ruido se impuso al silencio. También quedará en la memoria la imagen de Pirro ganando en nombre de Sic , con los rizos de Simoncelli pintados en los costados de su Moriwaki y acariciados por la bandera a cuadros mientras Fausto Gresini lloraba desconsolado en el muro ("no hemos sido capaces de ganar durante todo el año y va y ganamos a lo grande la carrera después de que se mata Marco. ¡Increíble!"). Eso quedará en el recuerdo de todos, en el álbum de imágenes de este final de Mundial doloroso, hiriente, desgarrador.

Lo que sugirió Paolo Simoncelli se hizo a lo grande, al tamaño de Sic , con la luz de su melena rizada, del color de sus carreras, con el calor de su pilotaje, con su sonrisa y su valentía. Por eso alguien, no importa quién, escogió al norteamericano Kevin Schwantz, campeón del mundo de 500cc en el 93 con Suzuki, para que abriese pista pilotando la Honda de Sic .

Y detrás de Schwantz iba toda Valencia, el paddock , el mundo entero. Casi 100 pilotos, miles de corazones y millones de fans de todo el mundo dieron esa vuelta de honor, oyeron, en silencio, su rugido y, al final, aplaudieron la traca y el castillo de fuegos que la pirotecnia ché, la mejor, hizo estallar para honrar a Simoncelli. Su 58 era visible en todas partes. Colgaba en una inmensa pancarta, enorme, en la torre de control. Y si Schwantz lideró la procesión, Valentino Rossi, el Doctor, portó su bandera y el maravilloso y veterano Loris Capirossi, que se jubilaba ayer, corrió con su número. Era el final de Sic , pero también la despedida de 125cc, de la era 800 y de TVE que, tras 28 años, se ha quedado sin dinero para retener los derechos del Mundial, que van a Tele 5.

No hubo cava, ni lo quisieron. Había, sí, mucho que celebrar, pero la figura de Simoncelli estuvo por encima de todos. Incluso de ese Terol eufórico, por fin, que sumó el título 36 para España. O ese Stefan Bradl, que se coronó rey de Moto2 el sábado sin correr, por la doble visión de Marc Márquez. Como dijo Gresini entre lágrimas: "Hice bien en venir y traer a todo mi equipo. Hubiese sido imperdonable perderme este adiós".