Yo no puedo controlarlo todo». Fue la respuesta de Alejandro Valverde cuando le preguntaron en la meta de Pozo Alcón, en la sierra jienense, cómo es que se había fugado Tony Gallopin y gracias a la escapada se impuso en la séptima etapa de la Vuelta. Él, efectivamente, no puede controlarlo todo pero muy pocas cosas se le escapan en esta rocosa ronda española, la del calor y la de carreteras descarnadas como las del alto de Ceal, un auténtico tormento para los corredores.

Si no, solo hace falta seguir la narración de Valverde, al poco de coronarse la última cima de la etapa. «Íbamos por una carretera muy rugosa y pasamos a otra con mejor firme. Fue entonces cuando la gente se confió. Delante de mí se cayeron tres Sky. Yo iba el cuarto y, por suerte, pude eludir la caída». El sobresalto podía saltar en cualquier lugar inesperado. Por eso nunca hay que perder la concentración.

Uno de los que se cayeron fue Michal Kwiatkowski, el ciclista polaco que lideró la Vuelta hasta que cedió el jersey rojo al francés Rudy Molard. La persecución fue brutal. Por delante, que sabían que Kwiat se había caído, se peleaba para que no enlazase pero también para ganar la etapa. Hubo un demarraje con un grupo en el que estaba Nairo Quintana. Valverde vigilaba por detrás.

Valverde lo veía. No podía mirar hacia atrás. Gallopin, un pillo, saltó a tres kilómetros para ganar. Gran victoria que enturbia solo un poco lo que se preveía como otro día brillante para Valverde, que cruzó la meta en tercera posición porque Peter Sagan surgió de entre invisibles tinieblas para sobrepasarle.

La Vuelta avanza y parece que se corra al son de Valverde. Ya hacía un par de días que el Movistar, su equipo, había marcado esta etapa en rojo. Nairo Quintana salvó por los pelos una avería en la bici que podía haberle hecho perder medio minuto, como le sucedió a Kwiatkowski.