Eran las siete y cinco minutos de la tarde cuando el colegiado Muñiz Fernández tocó el silbato, dando así comienzo a una hora y media de tormento para el Real Zaragoza. En el reparto, eso sí, se coló un inesperado protagonista: el viento, que de una manera u otra pasó a formar una parte importante del encuentro entre ambos equipos.

Hace dos años que los chicos de Marcelino no han sido capaces de ganar un partido fuera de casa en Primera División. Y esto es algo que continúa siendo una realidad o una maldición que los maños aún tendrán que romper, pues hoy han sufrido una nueva derrota en Mestalla.

La alineación zaragocista se descubrió reforzada en la defensa y en el centro del campo, con Ewerthon como punta de flecha. Tampoco es que el técnico tuviera muchas más posibilidades, a la sazón de los recientes problemas con los que se está encontrando su plantilla, pero de cualquier forma contar con el brasileño parecía un acierto. Aunque también es cierto que a veces las ranas parecen peces.

El primer gol, a manos del Valencia, se pudo ver a los dieciséis minutos de la primera parte. La jugada fue de lo más dudosa. Villa estaba en fuera de juego, como así marcó el juez de línea, pero Muñiz Fernández no lo consideró interventor en aquél ataque, pues el esférico fue finalmente recibido por Mata, quien no tardó en abatir la portería de López Vallejo. El técnico se equivocó, pues efectivamente el asturiano tocó el balón antes de que llegara hasta su compañero. Pese a las protestas, el marcador ya había sido modificado y nada podía hacerse ya aparte de intentar remontarlo.

Pero de remontada, nada. Al final de esta primera parte, en apenas cuatro minutos, llovieron goles. El primero de Villa, precisamente, y el segundo de Pablo Hernández. Las razones: una defensa adelantada hasta rallar lo obsceno que dejaron completamente vendido al guardameta del Real Zaragoza. En definitiva, los maños hicieron lo último que debían contra un rival como es el Valencia: dejar unos espacios tan abiertos que entre ellos podría haber aterrizado un helicóptero.

En el descanso hubo jaleo. Marcelino protestó ante el colegiado por el primer gol y, como resultado de dichas quejas, fue expulsado del césped, viéndose obligado a dirigir su equipo desde la grada.

La segunda parte fue similar a la primera, aunque sin goles. El parecido radicó en lo absolutamente parsimonioso del juego de ambos equipos. Y es que, por un lado, el Valencia jugó con tibieza, tranquilidad y poca garra. El Real Zaragoza… Bueno, estuvo en el campo. Pero poco más. López Vallejo realizó algunas paradas (de jugadas que habían tomado forma debido al mismo problema de defensa antes mencionado) que le convirtieron en el jugador más notable por parte de los chicos de Marcelino.

El único gol del equipo maño ocurrió en el minuto sesenta y cuatro del partido, cuando Marko Babic, al poco de salir, fusiló a César, quien no pudo retener el balón. Abel Aguilar aprovechó el rechace y transformó aquél fallo del guardameta del Valencia en un gol.

Ewerthon pasó el partido sin saber muy bien qué ocurría a su alrededor. Tocó el esférico en muy pocas ocasiones, y en aquellas que lo hizo lo perdió enseguida; Ánder no brilló con esa fuerza que le venía caracterizando en los últimos partidos; y Ayala recibió la quinta amarilla de la temporada, quedando así suspendido para el próximo partido del equipo, que se disputará en Málaga. El joven canterano Álex Sánchez, que salió al terreno de juego sustituyendo a Lafita, no pudo lucirse demasiado.

¿Qué tiene que ver el viento en todo este devenir de acontecimientos? Prácticamente todo. Los jugadores de ambos equipos se dedicaron a poner a prueba al elemento alzando de forma casi constante el balón. Los valencianos lo tendrían que haber tenido crudo, poco acostumbrados a jugar en tales condiciones, pero que los maños no supieran aprovechar la ventaja de tener en su localidad, a modo de entrenamiento, un inclemente Cierzo día sí, día también, en su localidad… No tiene perdón. En efecto, no fueron perdonados.

A todo esto se ha de sumar la increíble violencia que se ha desplegado en las tierras valencianas. Ambos equipos se han repartido buena cera los unos a los otros, pero es cierto que los locales parecían espartanos en el Paso de las Termópilas repeliendo hordas de persas al grito de: "¡Esto es Mestalla!". Poco faltó para que la alfombra de césped que cubría el terreno de juego acabara levantada por completo con los revolcones de los jugadores.

En definitiva, un partido descafeinado pese a los cuatro goles que pudieron apreciarse. Vimos nuevamente a un Real Zaragoza que arrastra sus habituales lacras: muchos fallos en defensa y centro del campo y poca definición en la delantera. No les vendría mal a los de Marcelino contar con el aragonés Antonio Longás, quien está haciendo un gran trabajo en el Cartagena. Pero a él también se lo llevó el viento. Sólo nos queda esperar que, igual que Scarlett O´Hara, pese a la evidente atracción que sentía hacia Rhett Butler, seguía obstinada en su enamoramiento por Ashley Wilkes, el Real Zaragoza continúe haciendo lo que pueda y un poco más en su empeño por mantenerse en mitad de tabla. Aunque escalarla un poco tampoco estaría mal.