En el frente de Rivas Vaciamadrid las tropas republicanas plantaron cara al ejército golpista. Pero acabaron perdiendo la guerra. Ayer, por sus calles, decoradas con nombres de sentimiento progresista como Federica Montseny, Pablo Iglesias o Antonio Machado, trató Alejandro Valverde de dirigir el asalto al jersey dorado. La última operación, la última batalla en el Jarama, quizá desesperada. Es muy duro saber que has perdido la Vuelta en una bajada. Es muy duro constatar que por más fe, coraje, motivación y empuje que pongas, chocas cada vez con un muro infranqueable llamado Alexandre Vinokurov. Hoy ganará la Vuelta. Hoy, en la plaza de la Cibeles de Madrid, el ciclista murciano que tan cerca tuvo la victoria solo podrá subir al segundo peldaño.

El asalto de Rivas Vaciamadrid se disputaba bajo la denominación de la contrarreloj. Comenzó Valverde jugándose el tipo en cada una de las rotondas --había 41--. Trataba de poner nervioso a Vinokurov. Suyas fueron las mejores referencias en la primera parte. Acabó tercero. Volvió a demostrar que avanza, que cada vez afronta mejor las contrarrelojes. Pero no había nada que hacer. Vino reguló y, frío como su carácter, no se inquietó ante las magníficas referencias iniciales de Valverde. Al final acabó ganando la etapa. Superó al murciano por solo 19 segundos.

CUMPLEAÑOS FELIZ Vinokurov cumplió ayer 33 años. "Me lleva siete. Como quien dice, él está acabando y yo empezando. Cuando llegue a su edad habré corrido siete Vueltas más", pronosticó Valverde. Ojalá sean también otros siete Tours. Ojalá no se vuelva a caer en Francia, aunque con ello prive del gusto de verle pelear sobre una bicicleta por los parajes de la Vuelta.

Lance Armstrong explicaba a sus allegados que siempre tenía un pánico. El tejano sabía que solo era incapaz de responder al furibundo ataque de un ciclista. Cuando Vinokurov azotaba en el Tour, Armstrong se quedaba quieto. Vigilaba al resto de contrincantes. Le dejaba partir. Porque por aquel entonces, Vinokurov aplicaba con mayor rigor y error su táctica de "atacar, atacar y atacar", hasta el punto de que con tanto demarraje acababa quedándose fundido y sucumbía en el instante más inesperado. Por eso respiraba Armstrong. Y porque también era el más listo de todos. Vino solo brilló a gran altura en el Tour del 2003, que acabó tercero.