Sucedió justo después de que atronase la bocina por última vez, dentro de un cierre de temporada emotivo al máximo. No había sucedido nunca en los 21 años de baloncesto profesional en Cáceres. No se sabe a quién se lo ocurrió, pero lo hicieron. Y dejaron una de las imágenes más hermosas de siempre, una imagen de las que expresa lo que ha sido el año y más concretamente la recta final de la campaña.

Lo que sucedió es más fácil describirlo en lo físico que en lo psicológico: los jugadores se acercaron a la primera fila de la grada y fueron dando la mano a todos los aficionados que se acercaron a estrechársela. Y fueron muchos, muchísimos. El equipo hizo un peculiar paseíllo alrededor de toda la pista, tan emocionado como los propios seguidores, atosigado por una gente que se ha identificado mucho con su forma de hacer las cosas, de transmitirlas. Una vuelta de honor realmente perfecta.

Manos, manos y más manos hasta llegar al túnel de vestuarios, como metáfora de comunión entre unos y otros en el domingo que clausuraba la campaña. Muy especial fue sobre todo para alguien que no volverá a saltar a una pista a nivel profesional, Pedro Robles, con el que Carlos Frade tuvo el detalle de cambiarle faltando pocos segundos para que recibiese la ovación individualizada de la hinchada. El propio entrenador jaleó a los seguidores para que ampliasen el tono de sus ensordecedores aplausos y se abrazó al que ha sido durante los últimos meses su pupilo, pero también casi un ayudante técnico.

En esa vorágine, Robles hasta tuvo que consolar a un niño que, perdido en el centro de la pista, lloraba por la derrota.

Braydon Hobbs y Olu Ashaolu, también muy queridos, disfrutaron de ese mismo privilegio de ser aplaudidos antes del final. Si no fuese por el resultado se pensaría que había sido una tarde perfecta que indudablemente borró el recuerdo de un Multiusos bastante desértico el pasado viernes.

Buena entrada

Se rondaron los 3.000 espectadores, casi el triple de los que hubo en ese tercer encuentro de la serie. Incluso en una esquina había aproximadamente quince integrantes del Escuadrón Verdiblanco, la peña de ultras del Cacereño. Su presencia fue una señal de que nunca debe producirse una competencia insana entre los dos grandes deportes de la ciudad. Se equivoca quien aliente ese fuego. No hay nada más rentable que sumar esfuerzos entre todos.

No fue solamente cuestión de un número. Durante la mayor parte del encuentro, con diferencias que eran más o menos altas a favor de los visitantes, el público no dejó de animar. La clave seguramente la dio Frade al final: "Me habían dicho que esta afición, más que aplaudir al que mete las canastas, lo hacía con quien se tira a por todos los balones, al que lucha siempre y hasta el final. Y esta temporada hemos tenido a doce".