Los hitos, las marcas y los récords son, casi inevitablemente, parte imprescindible de la narrativa del deporte. Para Stan Wawrinka, por distintas razones, la historia es otra.

El domingo, en Nueva York, frente a Novak Djokovic y en un partido con destellos gloriosos de tenis que labraron el 6-7 (7-1), 6-4, 7-5 y 6-3 definitivo, el suizo se alzó con el Abierto de Estados Unidos. Es su tercer grande tras el Abierto de Australia que ganó en el 2014 frente a Rafael Nadal y el Roland Garros de 2015 que conquistó en otro encuentro memorable contra el serbio, al que dejó sin la posibilidad de hacer el Grand Slam en una misma temporada. Y la cifra le equipara ya en número a los grandes de Andy Murray, el tenista que se ganó un hueco en la era de Roger Federer, Nadal y Nole para crear el 'Big Four'.

Wawrinka, 'Stan the man', no puede evitar ya que la conversación se amplíe para no hablar ya de cuatro sino de cinco, pero se resiste. “No estoy ahí y no quiero estar ahí”, decía el domingo. “Sigo realmente lejos de ellos”. Y es que, como recuerda, no todo es cuestión de grandes, sino también de finales, de semifinales, de Masters 1000...

"FALLA DE NUEVO, FALLA MEJOR"

Es la humildad, sin falsedades, que ha acompañado siempre a un jugador que se hizo profesional en 2002, justo el año anterior a que empezara el estelar camino hasta los 17 grandes su amigo y compatriota Federer, a cuya sombra se ha ido desenvolviendo esa carrera donde el primer grande no llegó hasta los 28 años. Y es también la filosofía de un tenista con altibajos, capaz de perder en las primeras rondas pero impulsado por el verso de Samuel Beckett que se tatuó en su brazo: “Lo intentas. Fallas. No importa. Inténtalo de nuevo. Falla de nuevo. Falla mejor”.

Cuando no falla, como en este Abierto, en el que salvó una bola de partido en contra en tercera ronda frente al 64 del mundo, se crece. Y brilla cuando más lo necesita con su enorme juego, su fortaleza mental y ese revés a una mano que sea probablemente el más hermoso del tenis de hoy.

"MEJOR TENIS QUE NUNCA"

Los nervios no le faltan. El domingo, por ejemplo, los tuvo “como nunca antes”. Temblaba en el vestuario. Y cuando cinco minutos antes de saltar a la pista se puso a hablar de los últimos detalles del encuentro con Magnus Norman, el sueco que le entrena desde 2013, rompió a llorar.

Ni Djokovic ni los 25.000 espectadores pudieron verlo. Porque aunque llegaba con casi 18 horas de juego a sus espaldas, agotado, estaba "decidido a no mostrarlo". Estaba convencido de que su juego “estaba ahí”. “Sentía la pelota, podría jugarla con los ojos cerrados, sentía que tenía mejor tenis que nunca”. Y cuatro horas después acabó “vacío”, exhausto, pero con el título.

Con la del domingo son ya 10 las finales consecutivas que alcanza Wawrinka de las que sale triunfante. Y llega a lo más alto, asegura, porque la meta no es esa, sino el paso a paso. “Nunca empiezo nada para ser número uno, para ganar un Grand Slam”, ha explicado.

“Cuando deje de jugar a tenis no quiero tener lamentos. No quiero mirar atrás y decir ¿por qué no entrenaste más? O ¿por qué no hiciste esto o aquello? Lo único que quiero es empujarme a mí mismo, ver adónde puedo llegar”. De momento, en Nueva York, al cielo.