El Mundial de F-1 es más interesante en las clasificaciones de papel que en la pista. Provoca mayor curiosidad ver las tablas en blanco y negro, que las carreras a plena luz del día. Si repasas los papeles, te das cuenta de que siete pilotos, ¡siete!, de cinco escuderías distintas, están metidos en un puño, en 21 puntos, en la lucha por el título.

Cierto, esto solo acaba de empezar y, como suele decir Carlos Sainz, cuyo hijo va disparado hacia la F-1, "esto no es como empieza sino como acaba". Y ha empezado de forma desbocada, pues ayer apareció en escena el cuarto ganador en cinco carreras. Y, de nuevo, tal y como hizo otro veterano ahora ilustre y antes ignorado, el británico Jenson Button (30 años) el pasado año, el australiano Mark Webber (33) aprovechó la calidad del Red Bull ("no vas a tener más remedio que ganar pues llevas, por mucho, el mejor coche de la parrilla" le dijo su jefe Christian Horner) para dominar, de forma insultante, de principio a fin, de semáforo a bandera a cuadros, una carrera en la que el trenecito de salida fue perdiendo vagones por problemas técnicos, accidentes o maniobras en los boxes, no porque los pilotos realizaran gesta alguna.

Era el gran premio número 20 de la historia de la F-1 en Montmeló y 98.113 apasionados de la F-1 se dieron cita en gradas, laderas y tribunas para apagar el pastel con el que, dos horas antes de la salida, se celebró tan señalada efeméride. La fiesta, en efecto, tuvo más de sorpresa, por su inesperado final, que de exhibición. Webber ganó con una mano, superando en 24 segundos al segundo, un sorprendido Fernando Alonso, y por un minuto o más a los demás, lo que habla muy mal del estado de la competición, en la pista.

EL PODER DE RED BULL La F-1 vive pendiente, colgada, del dinero del austriaco Dietrich Mateschitz, dueño de Red Bull, ese agua gaseosada que produce millones de euros de beneficios cada día, y del lápiz del mago Adrian Newey. El rico quiere chafar a los poderosos, a Ferrari, a McLaren, a Mercedes; el genio desea demostrar nadie dibuja como él, que su talento, su pilleria está a años luz de los demás. Con dinero y rotulador, Webber y Sebastian Vettel, el joven llamado a heredar el trono de Lewis Hamilton, Alonso y Button, harán maravillas en la pista.

SALIDA Y ADIOS El asunto, es decir, la competición, no tiene color los sábados. Los Red Bull son tan buenos, tanto, tantísimo, que en manos del abuelo o del joven arrasan hasta ser un segundo más veloces que los demás. Luego, llega el domingo y da la sensación de que las liebres, pese a no ser tan veloces, lógico, normal, van con los depósitos llenos no como el sábado que cargan cinco litros, sufren para escaparse de los lobos, que necesitan ayuda externa (llaménse cambios de ruedas, averías, desgaste de los neumáticos, choques con rivales, etc) para acercarse a los favoritos, que acaban ganando de forma arrolladora como hizo ayer Webber, que se convirtió en el primer poleman que consigue ganar este año liderando la parrilla de salida. Se apagaron los semáforos y adiós muy buenas. Se acabó.

Nadie, a excepción de un portentoso, genial, atrevido ("¡que caray!, estaba en casa y debía de intentarlo", dijo el muchacho) Jaime Alguersuari, acertó con la salida. Ni siquiera el doctor Alonso, que este año anda bastante fallón en la que fue, en la que es, una de sus tantas especialidades.

Se apagaron los semáforos, y Webber y Vettel, que pese a la rivalidad supongo que se hablarán en su vestuario decidieron correr en paralelo para que ni Hamilton ni magic pudiesen adelantarles antes de llegar a la primera curva de derechas de Montmeló. Y así comenzó el trenecito: Webber, Vettel, Hamilton y Alonso. Mientras, por detrás, solo Alguersuari coronó su valor con un premio extra, pasando de la 15 posición a la novena.

TODO BAJO CONTROL Así fue la primera vuelta, las otras 65 fueron un paseo para Webber. Ganó con una mano. Hamilton superó a Vettel en el primer repostaje, fuera de la pista, gracias a la estrategia del boxe. Alonso, sabedor de sus limitaciones ("ahora hemos de maximizar nuestra inferioridad hasta mejorar nuestra aerodinámica, que es donde nos supera el red Bull", reconoció Stefano Domenicali, el jefe rojo) vivió la carrera desde el balcón del pelotón y, cuando se estrelló Hamilton al estallarle la rueda izquierda delantera, y desgastarse los neumáticos de Vettel, se coló en el segundo excalón del podio, insoñable a las dos de la tarde, para colocarse segundo del Mundial, a rebufo de Button.