Arsène Wenger (Estrasburgo, 66 años) estrechó la mano de Antonio Conte tras su partido número 1.128 sirviendo en el banquillo local del Arsenal FC. Una victoria contundente de los 'gunners' más estilosos sobre un enemigo particular, el práctico Chelsea del italiano (3-0).

La longevidad de Wenger permite múltiples visiones. Tras sus respuestas reposadas, un abrigo de cremallera interminable y su ojo clínico con los jóvenes, se puede identificar a un profesor del fútbol que se ha olvidado de los trofeos. A un señor cordial que representa algunos de los valores tradicionales del fútbol inglés. Una cara conocida en Europa que te encuentras cada cierto tiempo cuartos de final. Un tipo razonablemente coherente, educado, sarcástico cuando le arrebatas a una de sus figuras. Alguien a quien, sin tener él la culpa, puede que nos hayamos cansado de observar.

Las no victorias han escondido al Wenger auténtico. A uno de los primeros técnicos no británicos que pusieron pie en Inglaterra. Los artículos que se publicaron sobre él en septiembre de 1996 destacaban algunos detalles que ahora resaltan de Pep Guardiola o Jürgen Klopp.

BARRITAS DE CHOCOLATE

Los ingleses se fijaron en la vestimenta del francés, en las medidas de su corbata y escribieron piezas en sus periódicos sobre la correcta pronunciación de su apellido. “Si eres francés, Ar-senn Won-jair. ¿Alemán? Ar-sehn Ven-ger, quizás. ¿Un yesero habitual de la tribuna norte de Highbury? Llámale Arse-in Won-gah”.

No era extraño únicamente por foráneo. También por sus métodos futbolísticos y su gestión deportiva moderna, como el cuidado de la alimentación. En la primera victoria, que llegó en Blackburn, la plantilla volvió hacia Londres cantando en el autobús “We want our Mars bars”. Les había prohibido a sus jugadores las barritas de chocolate.

Cuando llegó a Londres, a Wenger no lo conocía nadie. El popular escritor Nick Hornby, que siente una devoción profunda por el Arsenal y es autor del clásico ‘Fiebre en las Gradas’, lo describió así: “Recuerdo que cuando Bruce Rioth fue despedido, leí tres o cuatro nombres en la prensa. Estaban Terry Venables, Johan Cruyff y después, al final de todo, Arsène Wenger. Seguro que fichamos a este, pensé. El Arsenal es el típico equipo que ficha al tipo aburrido del que nadie ha oído hablar”.

Wenger es un innovador al que el paso del tiempo ha convertido, a ojos de la crítica, en un personaje tedioso, pero su esencia es de revolucionario. En su época dorada, entre 1997 y 2004, consiguió ganar dos dobletes practicando un fútbol maravilloso.

Patrick Vieira fue la primera estrella que brilló con Wenger. La lista es larguísima e incluye a Dennis Bergkamp, Robert Pires, Thierry Henry, Cesc Fábregas o Robin Van Persie. ‘Los Invencibles’, de la temporada 2003-2004, se pasaron todo el curso sin perder ningún partido y han pasado a la historia del fútbol inglés.

“Cada derrota es una cicatriz en tu corazón”. Es una de sus frases célebres. Ninguna maltrató tanto al Arsenal como la de Saint-Denis, el 17 de mayo de 2006. Fue la noche de Víctor Valdés y Juliano Belletti. El Barcelona de Frank Rijkaard remontó a un equipo que estaba a punto de cambiar de era. Al siguiente curso, inauguraron el Emirates Stadium.

RESPETO, FRUSTRACIÓN, CONFIANZA

La postura inflexible de Wenger sobre las finanzas del club, mientras pagaban las deudas de la construcción del estadio enviando futbolistas a Catalunya, al principio le hizo aún más respetable. Sin embargo, mientras los gigantes de la Premier invertían en fichajes ilusionantes, el Arsenal se quedaba a medio camino. El respeto se transformó en frustración.

En los últimos años, los títulos coperos han maquillado el palmarés pírrico de la última década. “In Arsene we trust”, rezan aún las pancartas. No es tanto una creencia que les lleve a los títulos. La gente del Arsenal confía aún en Wenger porque fue él quién se inventó al equipo de primer nivel del que disfrutan. Ahora, en su último año de contrato, decidirá el futuro de un club que en los últimos veinte años ha sido más Arsène que Arsenal.