Plaza Mayor de Cáceres. Piel bronceada. Un café solo. Una bicicleta con varios ‘archiperres’. Y un hombre. Rubén Muñoz (Aceuchal, 1987) lleva siete semanas dando la vuelta al mundo en bicicleta. Desde Londres, pasando por Francia, Bélgica y Portugal. Y lo que le queda. «El proyecto lo tenía en mente desde hace 4 años, pero en este tiempo le he ido dando forma. Todo nace porque quería romper con todo lo anterior, no me gustaba mi estilo de vida», dice.

No es novato en este tipo de proyectos el piporro, que el año pasado ya completó 50 maratones en 50 días y por 50 países. Sin duda alguna, el mundo es su patria. En estos días se encuentra por Extremadura, ya que quiere visitar a su familia en Aceuchal, pero su ruta es una incógnita. «La verdad que no tengo ni idea dónde voy a dormir. Vivo en una constante incertidumbre. Elijo un punto en el mapa…y allá que voy», confiesa.

La bicicleta es su única compañía. El entrenamiento de Rubén, la idiosincrasia de su vida. «Nada, nada, el primer día entrené para el segundo, el segundo para el tercero…y así hasta día de hoy. Nunca había hecho más de 40 kilómetros seguidos en la bici», confiesa el extremeño. Un ‘Willy Fog’ que atesora en sus piernas cerca de 4.000 kilómetros en estas siete semanas.

La pandemia sí que ha afectado a su viaje, pero su adaptación es envidiable. «El viaje está más restringido de cómo lo había visualizado, la gente no se abre tanto con la pandemia.Y lo hago desde que eliminé mi bloqueo mental. En Londres, cuando estaba trabajando de friegaplatos, siempre culpaba de mi situación a mi elección de estudiar arquitectura técnica en lugar de arquitectura, que es lo que quería…menuda tontería», señala.

Vida resuelta

Vida resueltaUn desbloqueo que generó un terremoto en su vida. «Tenía todo lo que quería. Conseguí trabajar en una oficina en Londres, duplicar mi sueldo…pero me di cuenta que no quería ese estilo de vida. Ahora me he redefinido mejor y ya sé que quiero, cuando termine el viaje montaré mi propio negocio de coaching y marketing», avanza este piporro, que también se encuentra inmerso en el proceso de escritura de un libro.

También dará para otro libro esta aventura . «Hay veces que me quedo a dormir en albergues, otras lo hago en mitad del campo. Es cierto que el primer día me pregunté qué hago aquí, pero al final es un proceso y sé que saldré con las ideas más claras cuando acabe el viaje», apunta. Hoy llegará a Aceuchal, donde se someterá a las pruebas PCR para poder así abrazar con tranquilidad a su familia. El futuro, una incógnita.

«No tengo ruta alguna. Estoy barajando tres posibilidades: iniciar mi camino por el este de Europa; irme a África, pero ahí me reservaría mucho porque si no a mi familia le explota mi cabeza o pillar un velero desde Canarias hasta Sudamérica, pero esto no sé si lo haré en esta primera vuelta o en la segunda, que quiero hacerla en moto», apunta Muñoz.

¿Es necesario mucho dinero? «Siempre que veía a la gente hacer este tipo de aventuras me he preguntado cuánto costaría, y yo solo tengo 5.000 euros en mi cuenta. Podría haber ahorrado más dinero, pero tampoco quería tener esa presión económica. Con esto me da de sobra para tomar mi café por las mañanas y no necesito más», dice. No tira la toalla y no parece que lo vaya a hacer, aunque momentos de dificultad siempre existan.

«Cuando subo a alguna montaña de esas de cuatro horas me replanteo mi vida 700 veces, pero a lo mejor conoces a alguien en el camino, tienes una charla interesante o cuando acampo en mitad de la nada y me pongo a escribir…y en esos detalles le encuentro sentido a todo. Es una sensación indescriptible», relata. En eso también se basa la vida, en seguir pedaleando a pesar de las dificultades.

Una visión atípica, pero coherente. «Recomendaría a todos que por las mañanas se replanteen qué es lo que están haciendo y por qué luchan. Habitualmente es algo externo, como un coche, una chaqueta…y eso no es lo que queremos, eso sirve para proyectar una imagen que no somos», apunta.