Jos Verstappen era una estrella en Holanda cuando en 1994 consiguió dos podios en F-1 (Hungría y Bélgica). Cuatro años después nació su hijo Max Emilan en 1997, fruto de una tormentoso matrimonio con su mujer Sophie. A mediados de los 90, Jos compartía popularidad y amistad en los Países Bajos con Johan Cruyff. Por eso le llamó el pasado mes de febrero. "Tienes que conocer a mi hijo Max, es mucho mejor que yo", le dijo. Y Johan fue a conocerle durante los test de pretemporada en Montmeló. Fue la última aparición pública del Flaco antes de morir.

Porque Jos siempre ha creído, siempre ha sabido, que su hijo era especial. "Cuando compartíamos equipo en Arrows llevaba a su hijo muy pequeño a las carreras, a los mítines, a los restaurantes... Max ha mamado la F-1 desde el biberón", recuerda Pedro Martínez de la Rosa. Max creció entre suspensiones, telemetrías y neumáticos de F-1. Solo quería una cosa: pilotar. Le pedía una y otra vez a su padre ir al kárting, acompañarle mientras Jos se entretenía arreglando pistones, cadenas... Pero no a cualquier precio. "Si veía que no conducía fino, que empezaba a derrapar o a jugar con el kart, lo mandaba para casa castigado", recuerda De la Rosa.

Vida agitada

El carácter de Jos era terrible. Le fracturó el cráneo a un tipo en el kárting y el divorcio de su mujer Sophie acabó con una orden de alejamiento por maltrato. La férrea disciplina caracterizó la educación deportiva de Max. "Siempre ha tenido una enorme confianza en sí mismo, una madurez extraordinaria", dice su padre, feliz: "Ya os dije que era especial". Eso le llevó a ser campeón del mundo júnior de karting un año antes de lo que le tocaba, y ser campeón del mundo absoluto, con 16 años. Nadie tiene su palmarés en el karting, nadie, y menos a su edad. Red Bull le echó el lazo inmediatamente y le llevó a su programa. Lo sacó de la F-3 inglesa casi sin acabar la temporada y lo subió directamente a un F-1, al Toro Rosso, en una decisión que casi nadie entendió. "Es el nuevo Ayrton Senna", dijo de él Helmut Markko, el gurú de la escuela de Red Bull. Su primera temporada en Toro Rosso (sin tener carnet de conducir) tapó las bocas de quienes decían que no estaba maduro. Se enfrentó en la pista a cara de perro e, incluso, se las vio con Grosjean o Massa dentro y fuera de la pista. "Me da igual lo que digan, yo voy a seguir conduciendo con esta agresividad", decía frente a todos ellos en las rueda de prensa de la FIA o en las reuniones de pilotos con el director de carrera.

"Es el talento del siglo", dice Niki Lauda. Y saben, no es el único, Heinekken, la cerveza holandesa, ha decidido patrocinar a lo grande a Red Bull. Lo decidieron hace semanas, cuando Markko les dijo que subirían al chico a Red Bull a partir del GP de Mónaco. Pero adelantaron la maniobra para que la opinión pública no ligara el patrocinio a la decisión. No hace falta. Su rutilante victoria en Barcelona despeja cualquier duda. Vaya que sí.