El señor John Moody fundó su firma de valoración de inversiones en 1909 a partir de un libro que escribió sobre el riesgo de invertir en ferrocarriles. Moody, que inglés significa algo así como tristón o taciturno, es hoy la única de las tres grandes agencias de calificación crediticia que no ha echado a España del podio que ocupan los países con el menor riesgo de impago. Pero hace unos meses amenazó con hacerlo y en estos días vence su ultimátum.

Días, por tanto, inciertos para la bolsa española. Los inversores dan por hecho un recorte de la valoración. Pero el miedo no es ese, sino que la rebaja sea de dos posiciones o que se deje a la deuda, además, en perspectiva negativa (es decir, encarando un nuevo retroceso en la carrera de los países para vender sus bonos a los mejores precios posibles).

La huelga general, en cambio, no pesó en el ánimo de nadie. El Gobierno ya ha dejado claro que no piensa cambiar la reforma laboral ni las medidas de ajuste presupuestario ni sus proyectos de nuevas reformas. Lo que preocupa a los inversores en valores españoles no es la calle, sino algo mucho más lejano: Irlanda, los problemas de sus finanzas públicas, y el riesgo de que se repita la pesadilla de mayo con Grecia.

La prueba es que el diferencial entre los bonos españoles y alemanes dio ayer un nuevo pasito hacia arriba, de los 193 puntos básicos del martes hasta los 197. Y de forma inversamente proporcional, el Ibex 35 sumó una nueva caída, del 0,98%, hasta los 10.486,8 puntos. El valor más penalizado fue Grí- fols, que perdió el 1,97% de su cotización, seguido de ArcelorMittal (--1,90%) y BBVA (--1,90%). Solo se salvaron de los números rojos FCC (0,93%), Técnicas Reunidas (0,44%), Mapfre (0,36%) e Iberia (0,10%).

La imagen de España ha mejorado en las últimas semanas y ha salido del vagón de cola, pero no ha alcanzado al pelotón de cabeza. De hecho, se está alejando. La caída de la bolsa española fue la mayor de entre las grandes de Europa.