Resulta paradójico, pero en estos días se oye poco el concepto de euroescepticismo, aquel movimiento de rechazo social y político a la integración continental que logró hitos como la oposición a la Constitución Europea de Francia y Holanda en el 2005 o el no irlandés al Tratado de Lisboa en el 2008.

Paradójico, sí, porque la Unión Europea y la Unión Monetaria afrontan su momento de mayor tribulación. Como desde su nacimiento, padecen las insidiosas dudas y ataques de una parte del mundo anglosajón, al que no gusta verse ensombrecido, siquiera pálidamente. Pero lo más novedoso y preocupante es que los Estados de la Unión Europea parecen empeñados esta vez en dispararse al pie.

Con la lentitud que adorna su historial, el Banco Central Europeo (BCE) actuó por fin la semana pasada para estabilizar el mercado de la deuda, frenar el creciente pánico y neutralizar a los especuladores. La compra de bonos (aumentó el 46%, según se supo ayer) y la garantía de liquidez ilimitada para la banca abonaron la confianza compradora de los inversores. Una actitud "muy, muy inteligente" la del BCE, alabó ayer el presidente del Gobierno español.

Pero la ilusión por una respuesta contundente y coordinada de las autoridades europeas ha tardado apenas tres sesiones en antojarse una quimera. Las sospechas de que la reunión del Eurogrupo de ayer por la tarde concluiría sin acuerdo sembró de pesimismo el mercado.

En los preparativos, el FMI pidió a los líderes europeos que amplíen el fondo de rescate para países en crisis. Alemania dijo no. El presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker, apostó por que la UE emita bonos directamente. Alemania dijo no. El canciller austriaco, Werner Faymann, estimó que "nadie puede descartar" que España termine necesitando ayuda. Y Alemania no se pronunció.

Por si fuera poco con este escepticismo autoinfligido de la UE, la revuelta de los controladores ha hecho un flaco favor a los intentos de España de recuperar su credibilidad. La diferencia de rentabilidad entre el bono español a diez años y el alemán de referencia, que llegó a bajar el viernes hasta los 210 puntos básicos, repuntó ayer por encima de los 230. La percepción de que España es una inversión de riesgo sigue muy viva.

Así las cosas, el Ibex 35 se dejó ayer el 1,25%, hasta los 9.889,9 puntos. La primera caída en los pocos días de diciembre transcurridos, que ha provocado en el selectivo la pérdida de los 10.000 puntos. La banca, a la que las dudas sobre la deuda sientan siempre muy mal, fue el gran lastre de la sesión.