Las miles de compañías estatales improductivas se aferran a una vida inane. Pekín anhela finiquitar esas empresas improductivas, manirrotas y sobredimensionadas que lastran su economía pero dan millones de puestos de trabajo. Es un dilema shakesperiano: acabar con ellas o mantenerlas. Y la ralentización económica aconseja prudencia.

El término de compañías zombies nació en Japón a principios de los 90 para definir a las que Tokio mantuvo artificialmente vivas después del colapso inmobiliario. En los últimos años ha regresado con brío a China, donde solo las subvenciones y los créditos estatales de improbable devolución mantienen su persiana levantada. Hace años que Pekín anuncia un giro brusco hacia una economía más ágil que exigirá adelgazar el sector público pero los avances son tibios.

El último y más vigoroso embate contra las compañías zombies llegó en diciembre. Se presentó como un ultimátum: Pekín dio a sus gobiernos provinciales tres meses de plazo para entregar una lista con las empresas deficitarias y un plan de negocio viable para devolverlas a los números rojos. Todas serán cerradas en el 2020 si lo incumplen. Resucitar o morir, ese es el mensaje.

Secar el crédito / La mayor parte nutre sectores que Pekín quiere embridar por cuestiones medioambientales como el acero y el carbón o están detrás de la sobreproducción que derrumba los precios y esquilma los beneficios. Su mayor problema, sin embargo, es que secan el caudal crediticio que necesita el sector privado. Las compañías estatales generan el 25% de la economía china pero concentran el 60% de la deuda corporativa. Esa deuda, señalan los expertos, es una bomba de relojería. Ha pasado de 3,4 billones de dólares en el 2007 a 12,5 billones de dólares en el 2014, según la consultora McKinsey, en un ritmo sin parangón en la historia moderna. El FMI calcula que el 9% de esa deuda corresponde a compañías zombies.

Hubo mejores tiempos para erradicarlas. China experimenta su crecimiento económico más bajo de las últimas tres décadas, afronta tiempos inciertos por la guerra comercial con Estados Unidos y aumenta su desempleo. Esos futuros millones de parados son una fuente potencial de inestabilidad social. Los cierres de fábricas privadas no suelen ser traumáticos porque emplean a emigrantes que se trasladan sin pensarlo a otra provincia en busca de trabajo. Pero en las estatales trabajan locales que acostumbran a pedir sonoras explicaciones al gobierno local. Y las autoridades, conscientes de que Pekín prioriza la estabilidad frente a la economía, inyectan fondos sin freno ante un horizonte de revueltas. La pregunta es cuan lejos puede ir China contra sus compañías zombies cuando se juntan los sensibles asuntos sociales con contexto económico deprimido. «Si China quiere desarrollar un modelo de crecimiento sostenible y recalibrar su patrón económico, tendrá que encontrar una vía para eliminar esas compañías deficitarias», señala Jonathan Sullivan, director del programa de China de la Universidad de Notthingham. «Esa solución necesitará algo más que simples consideraciones económicas, porque bajo el menor crecimiento y, especialmente, las crecientes desigualdades sociales, quedaría afectada la estabilidad social, que es la mayor preocupación del partido», añade.