Basta con un chorro de agua caliente. Los fideos instantáneos defraudarán a los sibaritas pero durante décadas han satisfecho a millones de chinos con tiempo, dinero o estándares gastronómicos escasos. La caída de su consumo en los últimos años sugirió una economía lozana, pero su repunte actual evidencia los achaques.

Un sector que parecía condenado a la recesión sin fin tomó aire el pasado año por sorpresa con una subida de ventas del 3,3%, según un estudio sobre los 22 mayores productores nacionales del Instituto de Alimentos, Ciencias y Tecnología de China. Y en el ecuador del presente, con la guerra comercial arrastrando la economía a sus mínimos en tres décadas, han aumentado un 7,5%. Algunos temen que el fideo instantáneo sea el preludio de un empeoramiento de la economía.

Los fideos instantáneos fueron inventados en 1958 por el japonés Momofuku Ando y conquistaron China cuando se desperezaba del maoísmo. Los devoraban los jóvenes en sus residencias universitarias o en los insalubres cibercafés mientras encadenaban horas en los videojuegos, los migrantes laborales de las provincias rurales del interior durante sus breves descansos y cualquiera que se subiera a aquellos premiosos y atiborrados trenes. China consume aún el 38,5% del volumen mundial. Supone el triple de toneladas que Indonesia, la segunda de la lista.

Los fideos instantáneos se hicieron hueco a codazos durante la apertura económica en una milenaria gastronomía exuberante que aún no padecía a las grandes cadenas de comida rápida estadounidenses. Sus ventas treparon desde los 17,8 mil millones de unidades en 2000 hasta las 46,2 mil millones en el 2013. Ese fue su cénit. El sector se contrajo en los tres años siguientes hasta las 38,5 mil millones de unidades.

Su recesión se explicó por un conjunto de saludables razones. La población de 'mingong' o migrantes laborales que malvivían en las fábricas costeras se redujo en el 2015 por primera vez porque el despertar económico de las provincias del interior recomendaba el regreso. La expansión sin freno de la alta velocidad redujo aquellos homéricos viajes a un puñado de horas que liberan de la esclavitud de la comida envasada. El sector de la comida a domicilio ofreció alternativas más apetecibles a los alérgicos a los fogones con una gestión rápida en el teléfono móvil. Y, sobre todo, la pujanza de una clase media con más poder adquisitivo y más precavidos con lo que comen.

Su resurgimiento se explica por un conjunto de inquietantes razones. La población 'mingong' aumentó en el 2018 después de caer durante dos años. El crecimiento económico nacional apenas supera el 6%, muy lejos de aquellos dobles dígitos. La tozudería de Trump por perseverar en la guerra comercial anticipa un horizonte sombrío que recomienda regresar al ahorro confuciano por más que el Gobierno estimule el consumo. Las clases medias abrigan la certeza de que la euforia ha terminado. Analistas como Frank-Jurgen Richter miran a los fideos instantáneos como un termómetro fiel de la salud económica china.

También la industria se ha esforzado por ennoblecer el producto despojándolo de su reputación de calamidad nutricional para los bolsillos más castigados. En las estanterías abundan ahora las versiones presuntamente sanas con más verduras. Master Kong, líder del sector, incluso ha contratado a deportistas para publicitarlos. Y, junto a sus competidores, pelea por las clases medias que no comparten las penurias de los tradicionales consumidores con una línea Premium que ronda los 30 yuanes (casi cuatro euros). Las crisis exigen audaces iniciativas y ninguna parecía más improbable que unos fideos instantáneos de lujo.