Dejamos de ser un país pobre de la Unión Europea. No tanto por mérito propio --aunque es innegable el avance de los últimos años--, como por la llegada a la comunidad de nuevos vecinos más necesitados de ayuda. La primera consecuencia es que los ricos europeos dejarán de subvencionar nuestras grandes infraestructuras o los proyectos de modernización social. Convendría tomar conciencia de que pertenecemos al equivalente a la clase media europea, ese punto de la estratificación social tan controvertido, criticado y, en ocasiones, damnificado.

*Periodista.