En Occidente se critican las esclavistas condiciones laborales de la fábrica global como si careciera de responsabilidad y como si esas condiciones solo beneficiaran a los empresarios chinos. Pero Yang Yong Jun relata cómo fija el precio de venta de sus bolsas de papel con un viejo cliente holandés: "Nos envía un correo electrónico a varias tiendas y empieza la puja. Quien baja más el precio, se lleva el contrato. Nunca pregunta por la calidad". No es una excepción. La negociación conjunta se produce otras veces en los pasillos de los mercados. Dice Yang que los empresarios chinos, en contra de lo que se piensa, aprietan menos.

Suben las materias primas, los costes de transporte y los salarios. Yang pagaba 60 euros hace cinco años a sus empleados y casi 130 hoy. No hace tanto, los trabajadores aporreaban las puertas de las fábricas, y ahora exigen subidas salariales. Al exceso de demanda se añaden las políticas gubernamentales: los campesinos del interior pobre reciben ayudas para no abandonar las tierras.

El precio de las bolsas de papel se ha doblado y el beneficio ha caído a la mitad. La única salida es no bajar la producción. Yang asegura que este modelo no puede durar. "China cambiará a un sistema preocupado por la calidad, la reputación de la marca y los derechos laborales, aunque ahora el mundo espere otra cosa de nosotros".