En unos momentos en los que el dinero digital gana peso crecen las voces que reivindican el uso de efectivo para eludir el control de los bancos y preservar la privacidad ciudadana. Más allá de la campaña en el objetivo está limitar el peso de los bancos en su papel de creadores de dinero y que el Estado y los ciudadanos sean capaces de facilitar la aparición de alternativas a esa banca que ha perdido en gran medida la confianza de los ciudadanos.

Brett Scott, exbróker y autor del libro 'Hackeando el futuro del dinero', dibuja algunas de las estrategias personales que pueden favorecer ese control ciudadano frente al omnipresente y poderoso sistema financiero. La anécdota son sus postulados a favor del uso del dinero en efectivo, ya que también apoya los movimientos asociativos que se configuran como lobis ante la banca, las medidas que favorecen la banca ética, el crowdfunding y el activismo en defensa de la privacidad. "Cuando se acerca un huracán a EEUU, el primer efecto es una demanda súbita del dinero en efectivo de hasta el 500%. Nadie quiere dinero digital ante una situación de incertidumbre", explica Scott. Escéptico ante el auge de las criptomonedas y el bitcóin, este economista alternativo que no antisistema reconoce que prefiere el capitalismo de siempre al "capitalismo de la vigilancia" y que el uso exclusivo de dinero digital hace que los bancos o el sector financiero tenga todos los hilos para controlar nuestros actos.

Incluso países como Suecia donde el uso del dinero en efectivo es minoritario empiezan a preocuparse por los efectos de la primacía del dinero digital. La directora general del Banco de España, Concha Jiménez, presentó un estudio este año en el que aseguraba que "el efectivo sigue siendo en España el sistema de pagos más común" y confirmaba el interés por mantener el acceso a efectivo para toda la población pese a la caída del 44% en el número de sucursales bancarias desde el 2008. El 53% de los pagos en España se hacen con dinero o monedas, frente al 43% de las tarjetas de débito y el 3% de las tarjetas de crédito. El Estado no quiere perder el monopolio del dinero en efectivo.

El uso del dinero en efectivo es solo uno de los debates abiertos. La desconfianza en el sistema monetario y en la banca privada crece y los axiomas económicos incontestables tienden a ponerse en duda. Los partidarios de la Teoría Monetaria Moderna han pillado a contrapelo a la mayor parte de la humanidad al divulgar ideas no intuitivas. Aunque muchos economistas defendían sus principios hace tiempo, la denominada corriente MMT, por sus siglas en inglés, se ha asentado en el debate económico este año con sus teorías poskeynesianas, especialmente en EEUU.

El economista australiano William Mitchell es considerado uno de los padrinos de la teoría, con el apoyo de la Universidad de Missouri (el economista Randall Wray) y el abrazo de la izquierda europea. La base del meollo está en entender que el aumento del dinero en circulación no necesariamente tiene que generar inflación y que el control estricto de la deuda pública es en realidad una paparrucha al servicio de intereses que no benefician a la mayoría. La publicación este año del libro de Mitchell 'Macroeconomics' marca un punto de inflexión.

La MMT postula que un país con su propia moneda (o Europa con el euro y el BCE) tiene en su poder la posibilidad de reducir la deuda ya que puede emitir más dinero para pagar los intereses y saldar sus compromisos sin consecuencias macroeconómicas. La clave del asunto es la confianza. Los principios de la política económica ortodoxa por los suelos.

Las ideas de Mitchell y la corriente MMT refrendan buena parte del ideario de los economistas de izquierdas. Ya Eduardo Garzón escribía en su libro 'Desmontando los mitos económios de la derecha' que la idea del objetivo del déficit público del 3% del PIB fue en realidad una propuesta improvisada y sin fundamento económico de un alto funcionario francés, algo que sirvió después como excusa para aumentar los impuestos y reducir el gasto en sanidad, en pensiones o en prestaciones para desempleo. "Si la inversión exterior y el gasto privado de una economía son muy bajos, lo que se necesita es precisamente compensarlos con un gasto público elevado, aunque se registren déficits elevados", defiende Garzón. Y el dinero es solo un compromiso, confianza en un Estado que obliga a su uso sin respaldo de oro ni de otro activo subyacente. Recuerdan los economistas de izquierdas que en un mundo globalizado la creación de dinero por parte de los estados no genera inflación, la intuición no se corrobora en el mercado y los precios evolucionan en función de la decisión de los vendedores no del dinero en circulación.

La campaña por el uso del dinero en efectivo es una muestra más de desconfianza en la banca. Las nuevas teorías económicas como las de la escuela MMT vienen a poner en entredicho el papel fundamental de los bancos como generadores de dinero en el sistema monetario. El dinero bancario, opinan, es un privilegio ahora cuestionado y su poder debería ser disgregado entre nuevos sistemas de generación de dinero bancario comprometidos con el bien común (banca ética, más regulada o pública). De hecho, la relación entre el dinero que emiten (en forma de préstamos) y el que tienen de verdad es de 99 a uno, por lo que los economistas MMT consideran que son una amenaza sistémica, capaces de desestabilizar la economía en caso de gestión nefasta.

Los economistas defensores de la escuela MMT consideran que la decisión de limitar la creación de dinero físico o del Estado en favor de la concesión de créditos y préstamos bancarios "es una decisión de política económica tendente a potenciar el sector privado frente al público". Economistas como Garzón critican "las políticas conservadoras que han condonado las deudas bancarias, apoyado la restricción de ayudas públicas, el recorte de la inversión pública en hospitales y educación y creando estructuras para favorecer el endeudamiento privado y la inversión empresarial".