Es la nueva carrera espacial, solo que esta vez se libra más cerca de nuestras cabezas. El despliegue del 5G ha puesto en marcha una competición entre las grandes potencias para ser los primeros en adoptar las nuevas redes de conectividad, fijar los estándares y vender en todo el mundo la infraestructura que aspira a sentar las bases para una nueva era de desarrollo económico. Como sucedió durante la guerra fría, la nueva carrera es una pugna de egos nacionales y consideraciones geoestratégicas en el pulso por la hegemonía mundial, pero también una oportunidad para hacer mucho dinero y desplegar poder blando sobre el tablero mundial. China y EEUU son los principales actores de esta melé que se libra a codazos. O por lo menos, los que más ruido están haciendo.

Pekín fijó hace años el desarrollo del 5G como una prioridad nacional. Europa asumió el liderazgo del 3G y EEUU tomó la delantera con el 4G. Ahora el 5G promete multiplicar por 100 la velocidad de las conexiones, así como impulsar los vehículos sin conductor, la internet de las cosas, la automatización de las fábricas o las armas gobernadas por la inteligencia artificial, como los tanques pilotados por control remoto. El aparente liderazgo chino del 5G ha puesto muy nerviosa a la clase política de Washington, que ha tardado en reaccionar al desafío.

IMPERATIVO

Es imperativo que EEUU sea el primero en la quinta generación de tecnología móvil, capaz de relanzar la innovación en amplios sectores de la economía y el sector público, decía un memorando de la Casa Blanca. El Consejo de Seguridad Nacional ha sido más explícito al evaluar lo que está en juego. Si China acaba dominando la industria de la conectividad, ganará políticamente, económicamente y militarmente.

Ambos países, que andan enzarzados en una cruenta guerra comercial, han abrazado modelos distintos a la hora de instalar las nuevas redes. En EE UU corre a cargo de las grandes compañías privadas de telecomunicaciones, que han empezado a desplegarlas en un puñado de ciudades para que sirvan de campo de pruebas. En China la intención es que todo el país esté conectado en el 2020, una misión que ha asumido el Estado.

Algunos análisis sostienen que ambos van prácticamente empatados en el despliegue. Donde no hay color es en lo que respecta al mercado de los componentes necesarios: Huawei es el líder indiscutible en la venta de equipamiento 5G. Y en ese sentido, EEUU tiene un problema mayúsculo porque prácticamente ninguna de sus compañías compite en la industria de la conectividad inalámbrica, y sus empresas se apoyan en la tecnología de Ericsson y Nokia, los principales rivales de Huawei. La preocupación general es que los fabricantes chinos como Huawei se vuelvan tan dominantes que no haya más altrnativa que utilizar sus equipos, afirmó a la revista Wire el experto Harold Feld.

Ante las dificultades para competir con China, la Casa Blanca ha sacado el látigo. Ha cerrado en gran medida su mercado a las compañías de telecomunicaciones chinas y ha prohibido a sus empresas que hagan negocios con Huawei. Trump ve en Huawei una plataforma potencial de espionaje al servicio de Pekín. Fuera de sus fronteras, se ha embarcado en una campaña de presión diplomática a sus aliados para cerrar las puertas de sus redes a Huawei. Si no lo hacen dejará de compartir información de inteligencia.

Por el momento, no le está saliendo demasiado bien. Australia, Nueva Zelanda y Japón han tomado medidas contra Huwei. Pero muchos otros países han ignorado las presiones estadounidenses. España es uno de ellos, pero también Rusia, Suiza, Islandia, Turquía o Arabia Saudí.