Con una declaración de amor. Así arrancó ayer el show de Gordon Brown en Brighton. Quien la hizo ante más de un millar de delegados fue su esposa. Sarah Brown actuó de telonera. La encargada de poner a tono a la audiencia, minutos antes de que ocupara el escenario su marido. "Hemos pasado juntos algunos tiempos duros, otros estupendos y vamos a estar juntos para siempre", afirmó refiriéndose al hombre del que dijo :"Es mi héroe".

Cuando llegó hace más de dos años a Downing Street, Sarah, una mujer poco amante de focos y protagonismo, no formaba parte de la estrategia del equipo de Brown. Después, la popularidad del primer ministro comenzó a caer en picado, mientras la de su esposa crecía imparable. Ahora, algunos asesores laboristas creen que ella puede ser el arma secreta, capaz de establecer la comunicación entre los electores y el primer ministro.

Sarah posee el toque humano, la paciencia para escuchar y la calidez que a Brown le faltan. Los rumores apuntan a que tomará parte activa en la campaña electoral. A su marido se le da mal estrechar la mano de tenderos y besar en la guardería a los niños. Trabajar en equipo y delegar funciones en sus colaboradores tampoco es su fuerte.

La frialdad y rigidez de su carácter han jugado una parte nada desdeñable en su fracaso como líder. Después de pasar 10 años a la sombra de Blair, su brillante carrera va a saldarse con un fracaso, que puede alcanzar niveles de hecatombe histórica para el laborismo.

Un sondeo publicado ayer les colocaba en tercera posición, con solo un 24% de apoyos, detrás de conservadores, al frente con el 36%, y liberaldemócratas, con el 25%. Los aplausos que sonaron en Brighton con los delegados puestos en pie cuando Brown terminó su discurso forman parte de la coreografía habitual y, a estas alturas, no engañan a nadie.