Parmalat es sinónimo en Italia de leche fresca y de larga duración y zumos Santal. El imperio edificado por Calisto Tanzi --hoy en paradero desconocido-- a partir de un pequeño negocio de leche pasteurizada en 1961 en la ciudad de Parma, futura sede de la Agencia de Seguridad Alimentaria de la UE, daba pocos indicios de estar en crisis hasta hace poco tiempo.

No sólo encabeza el mercado italiano de leches pasteurizadas y UHT (las tratadas a gran temperatura, y las más consumidas por la ventaja que aporta su larga duración), sino que copa la mitad del mercado de productos lácteos del área de Nueva York y lidera el mercado canadiense. Vende casi tanto en América como en Europa. En España controla Clesa, propietaria de Letona y Cacacolat.

Meses antes de su debacle, el grupo italiano anunció que tenía 4.200 millones de euros (698.821 millones de pesetas) en sus cuentas. El escándalo estalló hace una semana, cuando el Bank of America declaró como ficticios 3.950 millones en activos inscritos en las cuentas de la filial de islas Caimán, Bonlat.

Y es que ahora, gracias a la declaración de exdirectivos, se destapa el entramado societario a través de paraísos fiscales usado por Parmalat, que elevaría su agujero patrimonial de 4.000 millones de euros a unos 10.000 millones, por encima de los 7.600 millones que ingresa el grupo al año. Y lo que es peor, la ocultación de pérdidas se hace desde hace 15 años. Los responsables de Parmalat ocultaban pérdidas con inversiones, facturas y contratos simulados.

La crisis de Parmalat, a cuyo rescate ha salido Berlusconi, aflora de nuevo las vulnerabilidades de los grandes imperios familiares del capitalismo italiano. También ha salpicado a la auditora Grant Thornton, que certificó las cuentas agujereadas de Bonlat, y al organismo que supervisa las bolsas, Consob.

Y paradojas de la política: uno de los delitos por los que se podría imputar a los responsables fue dulcificado por el Gobierno. Según el Financial Times , la falsificación contable, de la que se acusó al actual primer ministro Silvio Bersluconi, propietario del imperio Fininvest, es en la actualidad una imputación suave con un máximo de tres años de cárcel, al igual que el aggiotaggio, manipulación de mercado a través de cuentas falseadas (cinco años). Un abogado italiano de empresa lo ilustra: "Llevo años en el negocio y nunca he visto a nadie ir a la cárcel por esto".