Luis Planas, ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, advertía el pasado viernes que «el Gobierno de España va a mantener la máxima firmeza en nuestros intereses. Toda una declaración de intenciones al presidente Donald Trump pero también a la Comisión Europea, pues Alemania parece estar imponiendo un perfil bajo en la pugna entre Europa y Estados Unidos en defensa de sus intereses: los coches.

El jueves, después de que la OMC le diese vía libre al presidente de los Estados Unidos para establecer aranceles sobre Europa, debido a las ayudas ilegales que esta ejerció sobre Airbus, Trump publicó una lista provisional de productos a los que gravaría con el 25% a partir del 18 de octubre. El dardo de su diana se dirige principalmente a los cuatro países que conforman el consorcio de Airbus: España, Alemania, Reino Unido y Francia. Y los productos afectados van desde el whisky escocés o los jerseys de cachemir ingleses, hasta el vino o el aceite de oliva español, pero también otros menos típicos como maquinaria y aparatos para soldar alemanes.

En el caso español, sobre los datos de las exportaciones del 2018, la medida se dirige a ventas a Estados Unidos por un valor cercano a los 1.000 millones de euros, casi todas en el sector agroalimentario.

«RECHAZO FRONTAL» / El Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, en una medida sin precedentes, convocó al Embajador de Estados Unidos en España, Richard Duke Buchan III, para mostrarle su «rechazo frontal» a estos aranceles. El Gobierno no está dispuesto a tolerar las represalias sobre el sector agrícola que nada tienen que ver en la guerra Airbus-Boeing y advirtió que activaría «todas las medidas legales a su alcance» para defender los intereses de ciudadanos y empresas españolas.

El Ejecutivo no hablaba en singular, sino en plural. En todo momento se refiere a la Comisión Europea, «que es quien tiene la competencia de la política comercial común». Pero Bruselas parece no querer entrar en el conflicto de cara, es decir, vía imposición de aranceles en sentido contrario, pues si Trump se cabrea podría dar donde más duele y subir los aranceles a la automoción europea.

Los tiempos no pueden ser más inoportunos. La amenaza norteamericana de establecer aranceles sobre los vehículos y componentes de automoción de la Unión Europea fue aplazada hasta el 24 de noviembre, poco más de un mes después de la entrada en vigor prevista para las tasas por el conflicto aeronáutico. Si Europa pone en marcha aranceles en sentido contrario, se lo pone muy fácil al mandatario estadounidense, ávido de encontrar cualquier excusa para una nueva guerra comercial.

«La ronda de aranceles de octubre claramente no constituye una buena base para las negociaciones en torno al sector del automóvil y claramente señala los riesgos para noviembre», apunta el economista jefe para Europa de Bank of America Merrill Lynch, Rubén Segura-Cayuela.

A esto se suma, además, que la comisaria de Comercio, Cecilia Malmström, y el resto de su troupe finalizan su mandato en menos de un mes -el 1 de noviembre llegarán los nuevos inquilinos al Edificio Berlaymont de Bruselas- y el inicio de una guerra comercial con la potencia vecina no resulta la mejor de las despedidas. Además, el Reino Unido está con un pie fuera y con otro dentro de la Unión Europea, por lo que una posición unánime se complica.

Pero, sobre todo, no es el mejor momento para una guerra comercial para la economía comunitaria, especialmente, para la alemana. La locomotora europea podría entrar en recesión técnica en el tercer trimestre de este año, precisamente, por los efectos de la guerra comercial y el brexit sobre su industria y sus exportaciones, y arrastrar con ella al resto. El PIB alemán se contrajo un 0,1% en el segundo trimestre de este año por segundo trimestre no consecutivo. Según Bankia, Alemania podría perder cerca de dos décimas de crecimiento con unos aranceles del 25% sobre los vehículos. Pero también Italia y Reino Unido se verían muy afectados.

No es la primera vez que el temor alemán a la imposición de aranceles a los vehículos pone freno a alguna decisión europea. Alemania fue uno de los impulsores de la tasa Google comunitaria y a su vez, también uno de los primeros en abortar esa idea -en septiembre del 2018- precisamente, según apuntaron fuentes diplomáticas entonces, debido a las posibles represalias de Estados Unidos sobre la industria automovilística.

«Europa también es grande y este es el momento de demostrarlo», advertía la ministra portavoz, Isabel Celáa, el viernes en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. El ejecutivo comunitario tendrá que hacer malabares si quiere defender los intereses de España en la misma medida que los de Alemania.