El futuro de Draghi es una incógnita. Él mismo se descartó para optar a sustituir a Lagarde al frente del Fondo Monetario Internacional (FMI) y en más de una ocasión ha afirmado que no desea ser político. Sin embargo, en Italia no se descarta que ocupe algún cargo de relevancia en el país. Sin consultarle, Silvio Berlusconi le propuso en el 2013 como presidente y hace unos meses aseguró que le apoyaría como primer ministro. Juega en su contra, caso de que esta vez sí quisiera optar a ello, que la difícil situación económica del país no le ha hecho muy popular en ciertas capas de la población.

Hace unos días, Draghi aprovechó uno de sus últimos discursos para defender que las autoridades públicas deben tomar sus decisiones con «conocimiento, valor y humildad», atacar el creciente populismo mundial y defender su actuación en el BCE. «Sería fácil para los responsables políticos reproducir lo que creen que es el estado de ánimo de la sociedad: apartarse del conocimiento, adoptar unas perspectivas más parciales, y seguir el instinto en lugar de la razón. Pero eso no implica normalmente atender al interés público», les advirtió.

El futuro que sí está claro es el de Lagarde, quien ya ha afirmado que continuará la política monetaria que ha seguido Draghi al frente de la institución, mientras se enfrenta al reto de lograr el consenso en el Consejo de Gobierno y seguir adelante con la unión bancaria. La francesa se enfrenta al hecho de que los tipos de interés se encuentran en mínimos históricos. Con la grande dame al frente, hay analistas que piensan que el BCE debería contribuir a dar los pasos necesarios para culminar este proceso de unión bancaria y crear un sistema armonizado de garantías de depósitos y un seguro europeo de desempleo.