El ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, salió ayer hacia la Moncloa preparado para presentar ante la prensa la propuesta de reforma laboral que iba a estudiar y aprobar el Consejo de Ministros. Avisado de que el presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, estaba sopesando un nuevo cambio en la estrategia negociadora con los agentes sociales, empezó a barajar la posibilidad de volver a quedar fuera de las fotos, como la semana pasada con la presentación del plan gubernamental de austeridad y el de reforma de las pensiones. No le falló la intuición.

Zapatero aterrizó en Madrid, procedente de EEUU, a las nueve de la mañana. Solo media hora después se iniciaba la reunión semanal de su Gabinete. Tenía poco margen de tiempo y el desafío era considerable: presentar la reforma laboral sin agravar la caída de la bolsa y contentando por igual a empresarios y sindicatos. Decidió ponerse al frente de la nave y dejar en segundo plano a Corbacho.

Tras el Consejo de Ministros, la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, compareció ante la prensa para anunciar que la propuesta ya no se iba a explicar entonces, sino que iba a ser el presidente quien la desgranase unas horas después, y tras habérsela mostrado primero a sindicatos y empresarios. "Y a partir de ahí empieza el debate y la negociación", dijo.

De la Vega aseguró, hasta tres veces, que el Gobierno tiene un plan económico y negó "bandazos" en su gestión. Una teoría que el Ejecutivo justifica asegurando que anunció hace ya dos meses la ofensiva de reformas que se ha concretado en los últimos 15 días. Primero en el Congreso, el pasado 2 de diciembre, y a finales de ese mes en una comparecencia ante la prensa.

Zapatero partió el miércoles por la tarde hacia Washington, donde Barack Obama le esperaba. Salió airoso del Desayuno Nacional de Oración, un éxito diplomático (por ser el invitado especial de Obama), pero el viaje se convirtió en una pesadilla.