Oleg Deripaska y Vladímir Potanin son dos de los hombres más ricos de Rusia. Al primero, Forbes le atribuye una fortuna valorada en 6.600 millones de dólares, con intereses en el sector del aluminio, la electricidad, la automoción y los seguros. El segundo posee activos equivalentes a 16.400 millones, fundamentalmente en la minería y, en menor medida, la farmaceútica.

Su influencia y su peso en la vida política de Rusia están fuera de toda duda. Deripaska ha estado vinculado profesionalmente a Paul Manafort, el exjefe de la campaña de Donald Trump ahora acusado en EEUU de tratos impropios con altas personalidades rusas y blanqueo de dinero. Potanin, por su parte, nació en una familia comunista de rancio abolengo, y gracias a sus contactos políticos, fue uno de los artífices de la privatización bajo el mandato de Borís Yeltsin, proceso del que se acabaría beneficiando enormemente, adquiriendo empresas y amasando una gran fortuna.

Ahora, ambos oligarcas han desempolvado el hacha de guerra por el control de Norilsk Nickel, precisamente una de las joyas de la corona de la difunta URSS, heredera de una antigua empresa minera soviética de titularidad pública, principal productor del mundo de paladio y níquel y origen del 2% del PIB ruso. La batalla entre Potanin, propietario de un 30% de las acciones, y Deripaska, que controla un 28% de una empresa valorada en 33.000 millones de dólares, se librará en los tribunales de Gran Bretaña.

Tratos con Abrámovich

Hace una semana, Potanin ofreció a Boris Abrámovich adquirir un paquete minoritario. Éste último, otro prominente oligarca ruso, entre cuyos numerosos haberes se encuentra el club Chelsea, había entrado en el 2012, a instancias del Kremlin, en el accionariado de Norilsk Níckel precisamente para poner fin a las disputas por su control entre los dos principales propietarios. El acuerdo al que se había llegado entonces consistía en que Abramóvich se convertía en una suerte de 'accionista-tapón', y que durante cinco años, nadie podría poner a la venta ningún paquete accionarial.

Este periodo de tregua llegó a su fin a finales del 2017 y de inmediato Potanin lanzó su oferta a Abramovich, cuyo monto no ha sido siquiera desvelado. Inmediatamente, Deripaska reaccionó y reclamó a un tribunal británico una orden judicial para bloquear cualquier pacto entre Potanin y Abrámovich. Todas las partes están de acuerdo en acelerar el juicio, ya que en caso contrario, se acumularían importantes pérdidas económicas. La vista para decidir acerca de la orden judicial de bloqueo se celebrará el próximo 5 de marzo, y se espera que el juicio se celebre antes del verano.

A diferencia de lo sucedido hace un lustro, el Kremlin observa la disputa desde la barrera y ha sugerido que no piensa intervenir. El portavoz de la presidencia, Dmitri Peskov, ha puntualizado que la institución no podía "involucrarse en una relación entre accionistas". "Observamos el desarrollo de los acontecimientos a través de las noticias", ha destacado el vocero de Vladímir Putin, quien se ha limitado a recordar la positiva evolución de la compañía, y a desear que la controversia "no afecte" a la misma.

La noticia de la renovada guerra entre los principales accionistas de la empresa han motivado una brusca caída en el precio de sus acciones en la bolsa de Moscú. La semana pasada, llegaron a perder un 12% de su valor, la cifra más elevada en tres años.

Hace una década, Norilsk-Nickel arrastraba la fama de regentar las minas más peligrosas del mundo, con 2,4 accidentes por cada 1.000 trabajadores, aunque la empresa asegura haber reducido el porcentaje en un 60%. Las explotaciones mineras se hallan situadas en un remoto punto del norte de Siberia, a unos 400 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico, y de ellas viven los 200.000 habitantes de Norilsk, una de las ciudades más aisladas del mundo. El procesamiento de los minerales extraídos ha generado graves problemas medioambientales en la localidad.