Puede que la revuelta populista que cuestiona las viejas instituciones no sirva para resolver los complejos problemas de las sociedades modernas, pero sí para que se escuchen agravios legítimos que llevaban tiempo ignorados.

Sirva como ejemplo la evolución del Fondo Monetario Internacional, que ayer pidió una reforma del sistema internacional de comercio para hacerlo más justo y respaldar a los trabajadores golpeados por las deslocalizaciones de empresas; un nuevo sistema impositivo para que las multinacionales paguen más; o un combate serio contra la corrupción que dilapida las arcas públicas. Todo eso en medio de «un momento delicado para la economía global», que se ha frenado después de que volviese el optimismo.

«Hace un año estábamos hablando de un crecimiento sincronizado en el que participaban el 75% de las economías mundiales. Hoy hablamos de una ralentización sincronizada en el 70% de las economías», dijo la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, durante la reunión semestral que el organismo celebra en Washington. Lagarde insistó en que la situación debería de mejorar en el 2020, cuando se espera un crecimiento global del 3,6%, tres décimas más que el de este año, pero puso unas cuantas condiciones para que los vaticinios se cumplan. «El esperado repunte es precario y está sujeto a varios riesgos a la baja». Riesgos que incluyen desde las tensiones comerciales, al elevado endeudamiento público y privado en muchas economías avanzadas o el desenlace final del brexit.

Lagarde dio la bienvenida al aplazamiento concedido por la UE al Reino Unido al decir que un brexit sin acuerdo habría sido «terrible». Por el momento, sirve para evitar un epílogo dramático al culebrón que pesa sobre la anémica economía de la eurozona. La prueba de que el FMI no las tiene todas consigo es que Lagarde volvió a pedir a los países industrializados que utilicen sus políticas fiscales para ganar margen de respuesta ante la próxima crisis.