Más que rabia, provoca cierta melancolía saber que uno no es dueño de su destino, que se depende de designios ajenos. Por más que el Gobierno haga malabarismos dialécticos para matizarlo, la economía española es desde la tormenta de la deuda del pasado mayo menos autónoma de lo que parecía antes. Y la bolsa, una vez más, sirve como termómetro de sus estados de ánimo.

Hubo ayer melancolía: tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada, que dice la RAE.

En la víspera, la constatación de que la Reserva Federal inyectará los millones que la economía estadounidense precise --una medida que, qué ironía, España tiene vetada por sus hermanos mayores europeos y de EEUU--, empujó al Ibex 35 a su máximo desde el 3 de agosto. Pero la alegría compradora del país americano se transformó ayer en dudas vendedoras, después de comprobar que suben las peticiones de subsidios del paro y que la investigación abierta a los bancos por su dudosa forma de embargar casas va en serio.

Europa había abierto la jornada embriagada por el optimismo que le llegó el día antes desde el otro lado del Atlántico, y de igual manera se dejó influir por las nuevas nubes negras. Eso sí, hubo quien encajó bien el golpe (0,3% subió el selectivo alemán), y quien no, como el Ibex, que tras ilusionarse con los 11.000 puntos, terminó cediendo un 0,15%, hasta 10.849. De manera que las pérdidas anuales aumentan hasta el 9,13%. Melancolía. De los grandes valores destacó la caída de BBVA, el 1,68%, en tanto que Repsol cedió el 0,68%, y Banco Santander, el 0,64%. Subieron Telefónica, el 0,57%, e Iberdrola, el 0,05%. Los bancos, contagiados de sus colegas de EEUU, tiraron a la baja, mientras el euro siguió subiendo (1,406 dólares), agrandando su oscura sombra sobre la recuperación vía exportaciones. Así las cosas, el oro, valor refugio, volvió a subir...