La economía nunca será igual después de esta crisis. Países como España se encuentran en una transformación compleja y dolorosa de su estructura productiva, en la que el sector de la construcción ha perdido peso a un ritmo vertiginoso. Pero es que la política tampoco va a ser nunca igual. El ciudadano asiste estupefacto al pulso que mantienen los legítimos gobiernos democráticos con los poderes financieros, que tienen a aquellos contra las cuerdas. ¿Porque cómo puede un Gobierno hacer políticas de empleo, de transformación del patrón económico, de apuestas por sectores punteros cuando una agencia de calificación hace tambalear todo el sistema con una simple (y discutible) decisión sobre tal o cual país, sobre tal o cual Administración pública? Lo ocurrido ayer después de que el martes las lumbreras de la agencia Moody's rebajaran la calificación de la deuda pública portuguesa al nivel de los bonos basura es un ejemplo más de que la política real no logra imponerse a la política virtual que manejan estos supuestos magos de las finanzas. La raíz del movimiento de los indignados y el origen del desastre electoral de las socialdemocracias se encuentra precisamente allí. Es una rebelión contra unas fuerzas políticas incapaces de derrotar a quienes, sin haber sido elegidos por nadie, imponen las reglas. Premian a los buenos y castigan a los malos. Los malos son en este caso los trabajadores y las clases medias de los países periféricos de la UE. Los buenos son los mismos que invirtieron en ladrillo, fomentaron el endeudamiento de empresas y familias, llevaron a la quiebra a grandes bancos y cajas, que fueron salvados con fondos públicos por unos políticos asustados que ahora tratan de reaccionar. Pero ya es tarde. Han hecho demasiado grande al monstruo. El público debe saber que cuando Moody''s pone una nota baja a un país, sube la prima de riesgo. Y eso quiere decir que hay que pagar más intereses por la deuda. Y esos intereses deben extraerse de otras partidas (la sanidad, por ejemplo). ¿Hasta cuándo?