Decía el filósofo romano Séneca que «la ceniza nos iguala a todos», aunque la dejada por las mochilas quemadas por los repartidores de Glovo en protesta por su compañero muerto el pasado sábado en un accidente de trabajo no evidencia lo mismo. La muerte de un joven nepalí de 22 años ha vuelto a centrar el foco mediático en las precarias condiciones de trabajo del colectivo y los riesgos que estas entrañan, pues los expertos consultados coinciden en que las posibilidades de haber evitado el siniestro hubieran sido diferentes si este hubiera operado como asalariado, no como autónomo. Y, en caso de igualmente haberse producido, también serían diferentes las compensaciones para sus seres queridos. El primer siniestro mortal de un rider de las empresas de la llamada economía de plataformas llevaba la mochila amarilla de Glovo, aunque podría haber sido la azul de Deliveroo o la verde de UberEats.

La ira expresada va más allá del caso concreto y es contra un modelo empresarial basado en la externalización de la gran mayoría de costes humanos que forman parte del proceso. Un modus operandi que está siendo juzgado en los tribunales de lo social de Barcelona. El abogado del Colectivo Ronda, Natxo Parra, recuerda que la diferencia entre un régimen y otro no es baladí. «Si estos trabajadores estuvieran dados de alta como asalariados, Glovo tendría la obligación de dotarles del equipo necesario, como un casco o un chaleco reflectante. También debería impartirles una formación homologada en materia de riesgos laborales y adecuar de manera proporcional la jornada laboral al número de pedidos», explica Parra. «El no tener una doctrina unificada provoca que ni empresa ni repartidor acaben asumiendo la responsabilidad de la prevención de riesgos», considera la directora de la escuela de prevención y seguridad de la Universidad Autónoma de Barcelona, Montserrat Iglesias.

Desde Glovo, a preguntas de este medio, se reafirman en su modelo e insisten en que «la seguridad de los repartidores de la plataforma siempre ha sido una prioridad» y que en las sesiones de información que los repartidores realizan antes de poder inscribirse en la plataforma, estos cuentan con un apartado que cubre la normativa de seguridad vial. Una de las hipótesis que se baraja entre el colectivo de repartidores es que las prisas por acumular pedidos pudieron ser una de las causas. Cabe recordar que los repartidores cobran según comanda entregada.

Un rider de Glovo, Deliveroo, Stuart o UberEats es un trabajador por cuenta propia que vende sus servicios a estas compañías mediante un contrato de colaboración. El método más habitual a la hora de prestar sus servicios es la bicicleta. Cobran por pedido entre cuatro y seis euros brutos en empresas como Glovo o Deliveroo, aunque de estos cabe descontar las cuotas a la Seguridad Social, que deben abonar ellos mismos, además del seguro privado que la mayoría de empresas les obliga a contratar.

Los repartidores se organizan laboralmente a través de una aplicación móvil, cuyo smartphone también deben costearse ellos mismos, así como los datos necesarios para mantenerse conectados. Los colaboradores se apuntan con antelación en las franjas horarias que prefieren repartir, siendo asignadas estas por el algoritmo de la aplicación según la puntuación que los clientes finales les den y su historial.

UGT calcula que Hacienda deja de ingresar anualmente 93 millones de euros con estas empresas operando bajo este modelo.