"No permitiremos que nuestra industria automovilística desaparezca", dijo ayer Barack Obama. Pero la frase, como suele ocurrir con el sistema financiero, no fue el preludio de un nuevo paquete de ayudas económicas a las dos empresas automovilísticas (General Motors y Chrysler) que se enfrentan a la quiebra. Todo lo contrario: Obama planteó un ultimátum a ambas compañías, a las que dio 60 y 30 días respectivamente para "reestructurarse de tal forma que justifique una inversión adicional de dólares de los contribuyentes".

La Administración ha tomado esta decisión después de considerar insuficientes los planes de reforma que presentaron Chrysler y GM. En el caso de GM, la Casa Blanca forzó la renuncia de su consejero delegado, Richard Wagoner. "No es una condena de Wagoner ... sino un reconocimiento de que hace falta una nueva visión", dijo Barack Obama.

Según Washington, los planes de GM para sanear sus cuentas no eran suficientes. En estos 60 días, la firma debe renegociar con sindicatos y acreedores y diseñar una nueva estrategia que sea viable.

Lo mismo se hará en los 30 días dados a Chrysler. Al final del proceso, a esta compañía le aguardan 6.000 millones de dólares. Una de las condiciones era que la firma complete una alianza con Fiat.

La actuación de EEUU en GM fue bien recibida en Alemania, donde el Gobierno estudia cómo salvar a su filial, Opel, de la bancarrota. "Queremos ayudar, donde se pueda ayudar", manifestó Karl- Theodor zu Guttenberg, ministro de Economía, que emplazó a las próximas semanas la posibilidad de encontrar una respuesta satisfactoria.

Mientras, la Comisión Europea aprobó ayer el programa español de préstamos subvencionados al sector del automóvil para estimular la actividad mediante la producción de coches menos contaminantes, tras considerar que no falsea indebidamente la competencia.