Janet Yellen presidió esta semana su última reunión al frente de la Reserva Federal (Fed), la institución que ha dirigido durante los últimos cuatro años tras casi tres lustros en su organigrama. Se va sin grandes despedidas ni aspavientos, fiel a su estilo de funcionaria sobria y comedida. Y en contra de su voluntad, por imperativo de Donald Trump, que ha roto con la tradición de renovar al menos una vez al líder de la Fed elegido por un presidente anterior. En cualquier caso, no se irá muy lejos. Al igual que su predecesor, Ben Bernanke, trabajará desde mañana en la Brookings Institution, uno de los laboratorios de ideas más influyentes de Washington.

En estos cuatro años, la economista de Yale y primera mujer en dirigir el banco central estadounidense en 104 años ha pilotado una recuperación lenta pero incesante. Bajo su liderazgo, el paro se ha reducido más que durante los mandatos de cualquiera de sus predecesores en la historia moderna, al pasar del 6,7% cuando asumió el cargo al 4,1% actual. Las bolsas han vivido una época boyante. El crecimiento da señales de aceleración. Y la inflación no se ha disparado como le advirtieron muchos de sus colegas conservadores al ver cómo seguía pisando el pedal de los estímulos monetarios para lograr el pleno empleo y el repunte de los salarios. Tras vadear el riesgo de la deflación en el 2015, los precios han vuelto a apuntar hacia arriba y están muy cerca del objetivo del 2%.

De nota, sobresaliente

Tiene detractores, pero la opinión mayoritaria es que ha hecho un buen trabajo. En un sondeo de The Wall Street Journal, el 60% de los economistas encuestados le pusieron un «sobresaliente». «Por lo que más será recordada es por haber pilotado la economía hasta dejarla en una posición fabulosa», dijo en una entrevista a la CNBC el exvicepresidente de la Fed Alan Binder. «El paro ronda el 4%, y la inflación, el 1,5%. Esos números son mejores de los que casi todo el mundo pensaba hace cuatro años que se podían lograr, incluso la propia Yellen».

Tras cuatro años como vicepresidenta de Bernanke, Barack Obama la escogió en el 2014 e, inicialmente, mantuvo la senda marcada para salir de la gran recesión: tipos de interés cerca del cero y engorde del balance de la Fed con la compra masiva de bonos a las entidades financieras, el llamado Quantitative Easing (QE). Ese activismo monetario no estuvo exento de críticas. Yellen esgrimió que había margen de mejora en el mercado laboral por la prevalencia del empleo temporal y el número de estadounidenses que habían dejado de buscar trabajo. Se resistió a las presiones y no fue hasta mediados del 2015 cuando empezó a subir los tipos, la primera vez en nueve años. Lo hizo paulatinamente, tanto que tres años después están en el 1,5%. Y más tardó en replegar las velas del QE. Fue a finales del 2017, y lo comunicó con tanta claridad y antelación que las bolsas ni se despeinaron.

Trump ha llegado a decir de ella que ha hecho «un trabajo excepcional». Esa es su tragedia. No está claro si la ha quitado de en medio porque es demócrata o porque le resultará más fácil atribuirse el éxito económico si hace borrón y cuenta nueva. El abogado Jerome Powell tomará las riendas de la Fed esta semana. Se estrenará con la mayor caída en las bolsas de los últimos dos años, indicios de una subida de la inflación por el crecimiento de salarios y el recorte de impuestos de Trump, lo que podría obligarle a acelerar la subida de tipos. Ya fuera de juego, Yellen lo verá cómodamente desde su despacho en la Brookings. Pero la última palabra de su legado está por escribirse. Dependerá de cómo y cuándo llega la próxima crisis.