Su nombre no aparece en ninguna de las 58 páginas del informe, pero todas las miradas apuntan a él. El Fondo Monetario Internacional (FMI) publicó ayer un demoledor estudio interno en el que hace una dura autocrítica sobre su actuación entre el 2004 y el 2007, los años previos al estallido de la crisis financiera mundial cuyos efectos todavía siguen coleando. Se trata de la etapa en la que el español Rodrigo Rato, hoy presidente del Banco Financiero, entidad que lidera Caja Madrid, estuvo al frente del organismo multilateral.

Como si intentaran no cargar las tintas contra nadie en concreto, la Oficina de Evaluación Independiente (IEO) asegura que en esos cuatro años el FMI tuvo tres directores gerentes. Lo que no menciona es que el alemán Horst Köhler dimitió en marzo del 2004 y que el francés Dominique Strauss-Kahn no tomó las riendas hasta octubre del 2007, por lo que fue Rato quien estuvo al mando de la institución los tres años y medio restantes.

Los autores del estudio son claros y contundentes en el diagnóstico y también en las conclusiones. El FMI falló en detectar los riesgos y transmitir señales de alerta claras sobre la crisis sin precedentes que se estaba gestando, y enumeran entre otros motivos deficiencias analíticas, obstáculos organizativos, problemas de gobierno interno y limitaciones políticas, aunque concede que muchos de esos problemas ya habían sido identificados hace una década.

La IEO no tiene reparos en hablar directamente de "autocensura" y asegura que muchos funcionarios técnicos limitaban sus críticas a los principales accionistas del Fondo porque, según palabras textuales recogidas en el informe, "los gobiernos de estos países son nuestros dueños" y hasta en algunos casos las autoridades pedían a la dirección del FMI que reemplazara al jefe de una misión o a alguno de sus miembros.

MENSAJES "DIFICILES" El día a día que se dibuja no deja espacio para muchas dudas con aquellos funcionarios que reconocen abiertamente que resultaba "espinoso" transmitir mensajes "difíciles" a las economías avanzadas y que se enfrascaban en "negociaciones" sobre cuestiones de lenguaje, mientras que con los países emergentes era más "cómodo" presentar análisis contundentes, "lo que confirma la creencia de imparcialidad de la supervisión".