Las dehesas, este sistema que modeló el ser humano para que le diera alimentos todo el año, leña para calentarse y cocinar, caza o corcho para mil usos, ha comenzado el siglo XXI con la incertidumbre sobre las copas de sus árboles. La dehesa está en peligro, aunque a simple vista parezca un lugar idílico donde campan a sus anchas cerdos ibéricos y vacas.

Y la dehesa no está en peligro porque se ceben sobre ella la ambición especuladora y los incendios forestales, sino por dos motivos fundamentales, porque no es suficientemente rentable económicamente y porque envejece sin regeración.

Como explica Gerardo Moreno, investigador de Indehesa, Instituto Universitario de Investigación de la Dehesa, hace falta «desarrollar nuevas ideas de innovación» para que las dehesas sean sistemas productivos rentables para sus propietarios, de esta manera, se invertirá en su conservación y se garantizará su continuidad.

Indehesa trabaja en este sentido, en proporcionar herramientas a propietarios y profesionales del sector para fomentar buenas prácticas y aplicar el conocimiento innovador.

Uno de los aspectos fundamentales para mejorar la productividad de las dehesas, según Gerardo Moreno, es mejorar las ayudas públicas, para que se premien las buenas prácticas en la dehesa, así como trabajar en el reconocimiento de los productos de excelente calidad que salen de ella. En este sentido, Moreno apunta a la creación de líneas diferenciadas de comercialización, donde se ponga en valor el hecho de estar producido en un entorno como la dehesa, que proporciona calidad a los productos, así como un beneficio social, por mantener un ecosistema natural de estas características. Según este investigador, el consumidor debe saber que esa miel, carne, jamón o corcho viene de un sistema milenario y sostenible.

Y es que las dehesas son el ecosiStema con mayor biodiversidad de toda Europa occidental. Característico de la península Ibérica, Extremadura es la comunidad autónoma española con mayor superficie de dehesas, el 35 por ciento de todo el país.

Pero la dehesa no tiene regeneración. Como apunta Gerardo Moreno, la sobrecarga ganadera, impulsada durante años por la Política Agraria Comunitaria que primaba el número de reses, así como el cambio climático y la enfermedad de la seca han provocado que apenas haya encinas y alcornoques jóvenes que garanticen su futuro.

Sumideros de carbono

Pero las dehesas son aún más que una fuente de riqueza natural y económica. Frente al calentamiento global, sus árboles y pastos contribuyen de manera muy importante a frenar el calentamiento global, porque absorben dióxido de carbono de la atmósfera y lo transforman en oxígeno.

Para Jesús Valiente, miembro de Adenex, Asociación para la Defensa de la Naturaleza y los Recursos de Extremadura, este ecosistema es la mejor herramienta «para luchar contra el cambio climático» desde la región. Por este motivo, además de por su valor económico, tanto para propietarios como entidades públicas, la conservación de la dehesa debe ser prioritaria. En este sentido trabajan tanto desde el ámbito universitario, como social e institucional. v