Tras varios meses de provocaciones -militares y peligrosas, unas; lenguaraces y patéticas las otras-, una delegación de Corea del Norte se ha sentado a dialogar con otra surcoreana. El resultado más inmediato ha sido el anuncio de la participación de Pionyang en los Juegos Olímpicos de invierno que se iniciarán en febrero en Corea del Sur. La diplomacia de los deportes ha sido siempre beneficiosa, sobre todo en Asia. Recuérdese la llamada diplomacia del pimpón que a principios de los años 70 del pasado siglo abrió el camino a una normalización de relaciones entre China y EEUU, que llegó años después.

El encuentro intercoreano se produce tras dos años de ruptura de todos los canales de comunicación entre los dos países que permanecen separados desde hace seis décadas. En esta nueva atmósfera se reabrirá la línea caliente entre Seúl y Pionyang y, según Corea del Sur, se ha acordado mantener conversaciones militares, pero el norte ha dejado bien claro que la cuestión nuclear ni se toca. En esta reanudación de conversaciones destaca la ausencia de uno de los protagonistas de la crisis: EEUU. La artillería verbal y las graves amenazas lanzadas por Trump contra el líder norcoreano Kim Jong-un hacen imposible en este estadio la participación de Washington, mientras que la labor quieta, sensata y constante del presidente surcoreano, Moon Jae-in, ha tenido su recompensa, aunque ello no signifique que el final del contencioso coreano esté muy cerca.